FE
DE ILUSOS
A
Ucrania con profundo respeto.
Por Eduardo
Ruz Hernández
Aquel país, de larga política de neutralidad, se da cuenta que el mundo ha cambiado tanto que ya no está a salvo. Si bien cuenta con un ejército bien puesto, armamento convencional moderno y una orografía complicada que los favorece completamente, no está preparado para el cruento tipo de guerra que ahora se practica. El enemigo no se ensucia las manos haciendo que sus tropas terrestres, blindados y soldados, caigan tratando de tomar ciudades fortificadas. La aviación enemiga tampoco se pone en riesgo antes las bien puestas defensas que lo derribaban todo. Todo eso ha quedado atrás. Ahora misiles hipersónicos destruyen las ciudades y, cuando ya no queda nada en pie, se mueven los blindados para terminar de aplastar a los sobrevivientes. ¿Qué hacer ante aquellas armas que viajan a velocidades vertiginosas?
El avance de los
ejércitos enemigos es inexorable. Lentamente se van comiendo todos los países
vecinos y pronto llegaran a la frontera con su estela de caos y destrucción.
Las principales autoridades se reúnen con la comunidad científica. Debe existir
alguna forma de parar aquella execrable forma de destrucción. Todos opinan y
cada quien dice lo que la lógica les dicta: construir misiles del mismo tipo
para detenerlos en el aire. Imposible, son inalcanzables. Destruirlos desde sus
bases. Impráctico, las bases están a cientos de kilómetros y pueden dispararse
desde vehículos en movimiento, aviones, barcos y hasta submarinos. Construir un
arma peor y atacar primero. No, va contra la naturaleza de la nación, sin contar
con que no disponen de semejante tecnología. Murmullos, gritos, desesperación.
Comienza el discurso de la rendición, tratan de salvar la dignidad del país
preservando la esencia de su nación. Todos hablan, pero finalmente caen en la
cuenta de que al enemigo no le importa nada de eso. Ya lo ha demostrado en
Ucrania. La única forma de morir es peleando. Cualquier rendición o negociación
siempre termina en la asimilación, esclavitud y destrucción de los pueblos.
Un gran silencio
se hace.
—Solo queda cavar
y sobrevivir como topos bajo tierra — sentencia el secretario de defensa.
Cuando todos parecen
estar de acuerdo, resignándose a su cruel destino de exterminio, una suave voz
se escucha. Un hombre muy delgado, de pelo revuelto, grandes anteojos y
totalmente desconocido habla:
—Hay una opción,
algo complicada, pero puede funcionar.
Un grupo de
científicos lanza un bufido al reconocer quien habla. Es un hombre con ideas
locas, gran inteligencia, pero nulos resultados: un pobre iluso. Expresiones de
desagrado, descalificaciones, burlas plenas.
El presidente los
hace callar:
—Cualquier idea es
buena, por más disparatada que sea, si nos permite sobrevivir como nación…
Aquel hombre habla
y bosqueja a grandes rasgos una manera de evitar el daño de aquellos cruentos
misiles y la destrucción de las hermosas ciudades de su egregio país.
Llegan a la
frontera. Avisan a las autoridades de aquel otrora país neutral que deben
deponer las armas y rendirse si quieren sobrevivir. Silencio. No hay respuesta
alguna. La frontera está fortificada y sus defensas a la vista, como indicando
contra qué se enfrentarán si osan entrar. Avisan al comandante en jefe.
—Es de esperarse.
Son necios, pero ya se comerán su orgullo cuando les llueva fuego del cielo.
Deles un plazo de cinco horas y terminado el mismo comience el bombardeo de sus
principales ciudades. Que no quede piedra sobre piedra.
Proceden a
informarle a las silenciosas autoridades que deben rendirse en cinco horas o
enfrentar la devastación de todo. Nadie responde. Siguen transmitiendo la orden
cada quince minutos en todas las frecuencias y en los tres idiomas que se hablan
en la región.
El tiempo pasa. Conforme
se acerca el fin del plazo, las tropas invasoras se acomodan. Parece que van a
disfrutar un espectáculo cinematográfico. Se verifican las coordenadas de las
ciudades y programan los misiles. El armamento está listo para comenzar la
función.
Al prescribir el
tiempo se escucha la voz del comandante en jefe:
—Procedan.
Segundos después
las estelas de luz cruzar el cielo. Imposible seguirlas, son tan rápidas que el
ojo solo puede captar el lugar por donde ya pasaron. La tropa está a la
expectativa esperando los estruendos, pero extrañamente nada ocurre. No escuchan
las explosiones ni ven la devastación en forma de nubes, luces o fuego. Nada.
Los misiles siguen
cruzando el cielo y el silencio de los blancos los intriga. ¿Qué demonios
sucede?
—¡¡Estamos siendo
atacados salvajemente!!¡¡Nuestra capital está ardiendo!! —grita irritado el
comandante en jefe desde la capital del imperio invasor.
Llegan
confirmaciones de las principales ciudades del enemigo. Han recibido poderosos
impactos que devastaron todo. No comprenden qué está pasado. Sus satélites no
han detectado ningún lanzamiento. Solamente los suyos. Para colmo, las ciudades
que ellos han atacado están intactas.
—¡Esto no lo
podemos permitir! ¡Destrúyalos completamente! —ordena perentorio totalmente de
sí.
Se lanzan los
misiles más potentes. En un parpadeo cruzan encima de las cabezas del ejército
invasor, pero no hay impactos. La comunicación con el cuartel general se corta.
Su capital ha sido completamente destruida. Están anonadados. ¿Qué ha pasado?
—¡Funciona!
—gritan todos eufóricos. Nadie creyó que resultaría, parecía una locura, pero
es un éxito total. El país está intacto y el enemigo se ha destruido a sí
mismo.
El presidente,
emocionado, abraza al delgado científico. Todavía no termina de creerlo.
—No entiendo cómo funciona
su Campo de Intercambio Espacio-Temporal,
pero lo consiguió. ¡Es usted un héroe! ¡Ha hecho algo extraordinario!
El hombre sonríe.
Parece que ni él mismo se lo cree. Un aplauso atronador llena el lugar
sobrepasándolo todo.
—Hay que reconocerlo —dicen sus pares— Hace falta tener la fe de los ilusos para conseguir el
éxito.
Ellos también
aplauden a rabiar.
El escuálido
científico agrega humildemente.
—Solamente les devolví
el mal que ellos mismos crearon. No tiene mayor ciencia…