REGALO DE REYES
Por Eduardo Ruz Hernández
Corta
la rosca de reyes con ilusión. Nada le gusta más que el prodigio de encontrar
un muñequito escondido entre el delicioso pan.
—¡Nada!
No hallé nada — se queja amargamente con su esposa, que lo mira divertido ante
su ritual anual.
—
Bueno, ¿Qué esperabas? No siempre tiene que salirte el muñequito
—
¿No entiendes mujer? Los pocos años que no lo hayo algo malo nos sucede.
Recuerda en el 2004 en que me rompí la pierna, y el 2010 en que te operaron de
urgencia y casi te mueres.
—
No entiendo que tiene que ver una cosa con otra.
—
Están relacionadas. El muñequito me asegura las bendiciones del niño Jesús. Además,
cada año lo encuentro. Es una tradición.
La
mujer lo mira resignada en tanto piensa que la vejez lo está dejando cada año
más chalado.
—
No pierdas la esperanza. Recuerda que hoy vamos en la noche a casa de nuestro
hijo. Puede ser que ahí te saques al fin tu anhelado muñeco.
Ahora
es su esposo quien mueve la cabeza.
—
Vas a ver que no. Algo malo nos sucederá este año.
* * * * * * *
El
sol se va deslizando lentamente y los esposos llegan a casa del hijo amado. La
nuera está atareada haciendo chocolate, como sabe les gusta a sus suegros.
—
Les prevengo que papá anda de malas.
—
¿De qué? — pregunta intrigado el hijo.
—
Por el muñeco que no le salió en la rosca de la casa. Está empecinado en unir
su destino a encontrar un muñeco en la rosca.
El
hombre no dice nada. Se sienta taciturno en la mesa y ve en silencio los
preparativos y el parloteo de su esposa con su nuera. El hijo saca la rosa de
la caja de cartón y la asienta sobre la mesa, en tanto acomoda los platos,
tazas y cubiertos.
—
¿Dónde compraste esa rosca? — se ve diferente.
—
Un amigo las hace. Está hecha con harina de almendra, zumo de naranja,
arándanos, nueces, semillas y especias.
El
padre mira aquello no muy convencido. Cuando comienza el convivio se abstiene
de cortarla, dejándole a los demás la iniciativa. Uno a uno van cortando el
sabroso pan, pero a nadie le sale muñeco.
—
Vamos papá, solo faltas tú — lo invita el hijo.
Renuente,
el hombre toma el cuchillo y corta un buen pedazo, y sin esperar más lo abre
para ver si hay niño escondido adentro: ¡Nada!
—
Ya ves mujer, te lo dije. No me saldrá este año el escurridizo muñeco.
La
esposa opta por no contestar y decide seguir la conversación con la nuera, que
es como una hija para ella. El padre se queda callado, concentrado en degustar
la rosca.
—
Está muy buena hijo, te lo agradezco mucho.
El
hijo lo abraza tratando de darle ánimos. Sabe que su papá tiene ciertas mañas,
pero ha tratado en todo momento de ser un buen padre. La noche avanza y la
nuera decide cortar la rosca en pedacitos para poder guardarla mejor en un
recipiente y no dejarla para festín de las omnipresentes cucarachas.
Al
hacerlo, se hace notorio que no hay muñeco alguno en el resto del pan.
—
Hijo, te estafaron. Esta rosca no tiene ningún muñeco.
El
hijo hace silencio y mira a su padre sopesando lo que debe contestarle.
—
Es verdad. No tiene porque le pedí a mi amigo que no le pusiera.
—
¡¿Cómo?! —reclama el padre.
Por
toda respuesta el hijo atrae a su mujer hacia él y les dice a los padres:
—
No necesitamos muñeco en la rosca, papá.
—
¡¿Por qué?! Sabes que es una tradición en nuestra familia.
—
Porque mi esposa ya salió premiada con uno.
La madre grita de júbilo y el padre, asombrado, con lágrimas en los ojos, exclama:
—
Hija, esta rosca trajo el mejor muñeco. Este será un año maravilloso.