CONTACTO PROFUNDO
Por Ernesto de la Fuente, Elomnisciente
Estar junto a él quitaba el aliento. Era un hombre en verdad imponente, de grandes proporciones físicas, anchas espaldas, manos enormes, barba larga y una mirada intensa y profunda que te desintegraba al verte.
Había escuchado tanto de él, que no acababa de creer que estuviera junto de mí, leyendo detenidamente los papeles de mi expediente. ¿Quién demonios me hubiera dicho hace tres años que estaría delante de Roznev Al Pastrany, el explorador de planetas, el aventurero que había cruzado medio universo, el grandioso pacificador de los Zurher? Era algo intimidante, pero lo fue más cuando asentó los papeles y clavó en mí sus ojos verdes. Parecía estar leyéndome el alma.
-Eres más joven de lo que pensé –dijo en tono que me sonó a decepción- Eso es algo que puede ayudarte o perjudicarte, pero depende exclusivamente de ti –aclaro ante los temores que leyó en mis ojos- Todo, todo, depende de ti. De nadie más.
Y diciendo esto se levantó y caminó de un lado a otro del salón de entrevistas de la nave. Estábamos camino al sistema planetario de los zurheranos y no parecía ser el momento adecuado para realizar elucubraciones administrativas sobre recursos humanos, pero eso era exactamente lo que Roznev hacía: decidir si era yo el candidato adecuado para ocupar el cargo de embajador ante esas extrañas creaturas.
No voy a negar que la noche anterior me pregunté una y mil veces el por qué aquel extraordinario hombre me había seleccionado junto con los otros 12 para ser candidatos a embajador. Aunque había realizado estudios en diplomacia galáctica y tenía un doctorado en alienología, no tenía muchas tablas en las labores de relaciones alienígenas, ya que únicamente había pasado dos años en el planeta Pandor ayudando a las rutinarias labores de la embajada ante los pacíficos pastores de aquel lugar.
¿Qué le hacía suponer a aquel legendario hombre que yo podría vérmelas con los zurheranos? Para nadie era un secreto que no existía ningún otro hombre en todo el universo que pudiera relacionarse con ellos más que Roznev Al Pastrany. Sólo él había podido ser aceptado por ellos al grado tal que formaba parte del Consejo Wotox, la máxima forma de gobierno de los zurheranos. Todos los intentos anteriores a su provisional encuentro con ellos, habían terminado en la destrucción de los humanos que participaron. Nadie había quedado vivo, sólo él.
Y esa era la parte legendaria de su vida, el cómo aquel hombre había llegado al planeta Zur, debido a una descompostura de su nave, y cómo los enigmáticos habitantes no sólo lo habían aceptado, sino hasta lo habían convertido en uno de los suyos. Corrían toda clase de historias al respecto, desde la que indicaba que Roznev se había ganado el respeto con base a una pelea con un jefe wotox, hasta que Al Pastrany había sido clonado y era en realidad un zurherano que se hacía pasar por humano para espiar nuestra civilización e impedir una invasión.
Pero fuera una cosa u otra, lo cierto era que Roznev había conseguido que las naves humanas pudieran aterrizar en una base del planeta Zur para reponerse del largo viaje intergaláctico, y que existieran pequeños intercambios comerciales que permitían reabastecer las naves de agua, lo más importante, y alimentos frescos y nutritivos. A cambio, los zurheranos recibían plantas de los distintos mundos que los humanos visitaban. No había más intercambio que ese y el Consejo Wotox no permitía que humano alguno visitara otros puntos de sus planetas. Era, como se llama en el lenguaje diplomático, una relación primitiva.
Claro, los humanos habíamos entendido que no podíamos hacer más con los amos de Zur. Con todo, no faltaron aventureros armados que quisieron tomar por la fuerza lo que se negaba por la diplomacia. Fue así que la Confederación Galáctica se enteró que los habitantes del planeta Zur no eran una especie atrasada. Poseían una tecnología superior a cualquier tecnología conocida que hacía imposible detonar cualquier artefacto militar en sus planetas. Ningún arma funcionaba ahí: ni los fusiles de emisiones neurodestructoras, ni los biodesintegradores, ni las pistolas de energía, ni las bombas de positrones. Nada. Es más, no faltó un idiota que consideró que las antiguas armas de pólvora funcionarían ahí. Su error le costó la vida. Ningún arma funcionaba tan pronto se entraba al sistema planetario Zurher.
Esto explica el por qué Al Pastrany era tan importante para los humanos, ya que era el único interlocutor que se tenía con tan extraña especie. La base en el planeta Zur era vital para poder atravesar el universo y llegar a los planetas mineros Aitakos, que surtían a la Confederación Galáctica de los elementos para construir las naves intergalácticas. Sin esa base, la ruta se hacía peligrosamente larga e insegura, debido al imperio Latniuq. Esa era la razón por la que, cuando Roznev informó al alto mando de la Confederación que dejaría el cargo, se armó una conmoción enorme y se pusieron a su disposición todos los medios para que encontrarse a su sucesor.
Sin embargo, eso no explica el por qué me escogió a mí para la selección. NI tampoco aminoraba el temor que me inundaba de ser mandado a un mundo tan enigmático y misterioso para la especie humana. Un mundo al cual un sólo ser humano, entre los millones de millones, tenía acceso. Los otros doce escogidos eran hombres experimentados de diferentes regiones del universo y de los oficios más inverosímiles: había desde un minero aitakoseano, hasta un escritor pandoreano, pasando por un analista de vuelos peluk, un bibliotecario biosocial kortceano, un pescador de neptores, un explorador espacial, un sacerdote galáctico… y yo, un simple aprendiz de diplomático. No obstante, ninguno de los candidatos era soldado o guardián del orden. Lo cual me hizo suponer que la rigidez de la estupidez humana no encajaba con los zurheranos.
Salí de mi ensimismamiento cuando noté que Roznev me miraba cómo esperando una respuesta de mí. Abrí los ojos asustado: ¿me había preguntado algo? Lentamente, el legendario hombre me volvió a preguntar: “¿Estás listo?”. Moví la cabeza como un idiota sin saber que necesitaba para estar listo. Al Pastrany se levantó e hizo que lo siguiera. Llegamos al cuarto de proyecciones holográficas. Ahí estaban los otros doce candidatos. Nos miramos a los ojos y algunos no sonreímos. Otros no pestañearon siquiera.
-Dentro de 3 minutos verán ustedes la proyección de un zurherano. Ustedes tratarán de reaccionar ante él de la manera en que se les ocurra primero. A su alrededor hay diferentes artefactos que podrán utilizar si así lo consideran necesario. –Miramos a donde nos señalaba y vimos toda clase de artilugios, desde una red, hasta una vara, un cartón, piedras y varias armas. También había tela, ropa, comida y varias cosas más.
Todos se dedicaron a observar detenidamente los objetos y varios cambiaron de lugar para estar más cerca de ellos. El tiempo pasó con demasiada rapidez. Roznev desapareció, la sala se obscureció y una figura salió detrás de una puerta. Era un creatura espantosa que comenzó a emitir unos sonidos escalofriantes. Uno de los candidatos se desmayó del susto. Otro corrió a esconderse junto a la puerta de salida. Pero cuatro de nosotros se acercaron rodeándolo. No le tenían miedo, dos de ellos recogieron diversos objetos y uno tomó una lanza roja de extraña forma.
El primer golpe nos recordó que era un holograma vernadeano, por lo que los golpes se sentirían como reales y podría haber heridas. Un candidato salió disparada cuando se acercó con comida al holograma, lo que armó un pequeño infierno en que los horribles chillidos se aceleraron y varios salieron lanzados contra las paredes. Me quedé impávido mirando la representación del zurherano. En verdad que era una imagen aterradora, pero había en ella algo extrañamente diferente. Conjugaba la enorme furia de los animales salvajes con la portentosa inteligencia de los sabios humanos.
Los frustrados candidatos huían en desbandada cuando decidí encaminarme hacia el zurherano. El chillido se hizo más agudo y el ser me miró amenazadoramente aunque no se movió. Fui yo quien se acercó lentamente a él e hice algo que dejó estupefactos a mis compañeros. Los chillidos cesaron y las luces se encendieron. Roznev Al Pastrany salió de la nada mirándome con una sonrisa perdida entre su poblada barba.
-Tú eres el indicado –dijo en tanto una carcajada brotaba de su enorme pecho. Los demás candidatos me miraron aliviados de saber que jamás tendrían que vérselas de nuevo con ningún zurherano.
Aterrizamos en la base “Explorador Roznev” del planeta Zur, pero ninguno de los 12 ex candidatos quiso bajar. Prefirieron quedarme en la nave reponiéndose del descalabro a su orgullo y de los golpes recibidos. Roznev bajo conmigo y me hizo dar una vuelta por todo el perímetro de la base a la cual rodeaba una enorme cerca, que más para evitar que algo entrara en ella, era para impedir que los humanos salieran del lugar.
No obstante, había una puerta por donde entraban y salían algunos transportes manejados por robots para realizar el intercambio comercial estrictamente necesario. Los modelos robóticos eran extraños, nunca había visto ninguno semejante. Adivinando mi extrañeza, mi guía explicó: “Son creaciones zurheranas, inimitables y leales únicamente a ellos. Es una manera de demostrar que consideran a la especie humana tóxica y peligrosa.” Nuevamente observé la sonrisa perdida entre la espesa barba. A Roznev le divertía la situación, como si él se sintiera más habitante del planeta Zur que descendiente de humanos.
Se detuvo un momento, me taladró los ojos con su mirada y exclamó desde lo más profundo de su ser: “Todo, absoluta y completamente todo, depende de ti. De nadie más”. Luego hizo un ligero movimiento de la mano y un transporte manejado hábilmente por un robot se acercó a nosotros. Lo abordé con la sensación de que haría un viaje sin retorno a las extrañas tierras del planeta Zur, hogar de los wotoxes, como se llamaban a sí mismos esos horrorosos seres, y que sería una experiencia que cambiaría mi vida.
El vehículo silencioso nos dejó a pocos kilómetros de la base, en el inicio de un sendero que se perdía entre un enorme bosque que cubría todo el horizonte. Vi alejarse el transporte y sentí pánico por unos segundos. Roznev se encaminó con paso decidido al sendero y se detuvo delante de una extraña canasta hecha con palos y ramas. Ante mi asombro, se despojó de toda la ropa y de las pesadas botas espaciales, necesarias en las naves espaciales intergalácticas para la correcta circulación de la sangre. Volteó a verme y me conminó a hacer lo mismo. Me sentí terriblemente vulnerable al quedar desnudo en ese horrendo planeta. Temí por mis pies, suaves y tersos, fruto de años de vivir en cómodos refugios y naves espaciales. ¿Soportaría caminar entre las piedras?
Al Pastrany tomó el sendero con pasos ligeros en tanto yo vencía el miedo de caminar por entre la tierra. El suelo se sentí cálido pero no dejaba de aterrarme cortarme un pie. Esos temores hicieron que me retrasara y cuando apresuré el paso para alcanzar al embajador humano en Zur, ya no vi su figura por ninguna parte. El bosque estaba lleno de todo tipo de vegetación, enorme y extraña. Jamás había visto nada semejante.
Los sonidos que me llegaban eran inverosímiles. No podría decir que eran desagradables, sino que más bien parecía que los insectos y animales que habitaban ese lugar, tenían algún instrumento musical en sus bocas, ya que confundía los sonidos con diferentes acordes de violín, piano, trompetas, cítaras y mil instrumentos humanos. Racionalicé que uno siempre trata de comparar lo desconocido con lo conocido, y mis años de aprendizaje musical, al lado de mi madre, conllevaba esas sensaciones.
No sé por cuánto tiempo caminé, pero consideré que había sido un buen rato, aunque no podría medir el tiempo ya que no sentía fatiga, ni tenía hambre, sed, frío o calor. Los pies no me dolían y caí en la cuenta que era porque la tierra parecía amoldarse al contorno de mis pisadas cada vez que ponía un pie en ella. Todo era cada vez más extraño. Por un momento llegué a considerar que estaba soñando y nada de lo que me rodeaba era real.
No podía ver a Her, nombre que recibía la estrella que hacía girar el planeta Zur a su alrededor, pero su luz llenaba el bosque y hacía sentirse bien al entorno vegetal. Me detuve un momento a tomar aire. El oxígeno era tan rico que por momentos me sentía mareado, como embriagado de tanta riqueza atmosférica. Todo era en verdad tan diferente a lo que había conocido que estaba perdiendo todo parámetro de comparación.
Fue entonces que me topé con el primer wotox. Fue algo totalmente imprevisto. Apareció de la nada y se me quedó viendo. Era mil veces más horroroso que en el holograma vernadeano. De hecho, no había punto de comparación. No había visto nada parecido en toda mi vida ni creo que nada hubiera podido prepararme para ese encuentro. No tenía propiamente un ojo, era más bien algo como un cristal de aumento multiplicado cien veces. Me había detenido al verlo pero comprendí que no podría continuar por el sendero sin enfrentarme a él. Di un paso y se desató un infierno en mis oídos. Unos ruidos que no podría describir como gritos pero que rayaban en alaridos furiosos de bestia acorralada golpearon mi cerebro.
Me sentí aturdido pero algo en mi comprendió que debía acercarme a él y eso hice. La intensidad de los sonidos se elevó y el wotox se agitó amenazadoramente. Era la sensación que dejaba un osotok al atacar, pero más intensa. No me detuve, me encaminé presuroso hacia él y lo abracé con todas las fuerzas de mi alma. Sentí que mi pecho se partía en dos y que mi corazón palpitaba al aire libre, sin el resguardo de la caja torácica, abierto, desnudo, soberano…
Cuando desperté, estaba acostado en una especie de cama de hojas. Me sentía como flotando en una nube. Mire a mi alrededor y no vi a nadie. Me incorporé sin ningún esfuerzo y me sentí más ligero que nunca, Una sensación de paz y bienestar me llenó dejándome pletórico de dicha. Sentí un gozo enorme en mi interior. Entonces, con suavidad, un ser bellísimo entró al lugar donde estaba. Era en verdad hermoso. Irradiaba una tenue luz y su mirada era como un bálsamo a mis ojos. Tenía cierta forma humana pero difería en sus delicadas proporciones, nada toscas ni burdas, sino finas y suaves. Sonrió con un dulzura que hizo se me derritiera el corazón. Aquello era tan bello. Me restregué los ojos y el ser emitió un sonido angelical.
Roznev Al Pastrany entró al lugar donde estaba. Lo reconocí por la barba, pero nada más de él se veía igual. También irradiaba luz y su rostro reflejaba una intensa paz. Mi miró y sonrió divertido ante mi asombro:
-Bienvenido al planeta Zur, Odraude Von Anokna. Estás con los wotox en la casa de Sirod, mi hermano.
Luego me explicó para que comprendiera lo incomprensible:
-El que acaba de entrar es Eolis, el wotox con el que te topaste en el bosque.
Creí que se burlaba de mí ¿cómo podría ser aquel encantador personaje lleno de luz esa cosa horrible que me había topado en el bosque? Adivinando mi estupefacción, el legendario hombre me explicó con tranquilidad:
-Los humanos no podemos ver la verdadera forma de los wotox. Es un don que hasta ayer sólo yo tenía. Ahora tú lo posees. Debo informarte que has sido aceptado en el Consejo Wotox como miembro. Eres mi sucesor en la embajada de los humanos.
Mil preguntas estallaron en mi cabeza como pájaros que levantan el vuelo. Y entonces, una a una, las respuestas fueron llegando a mí. No era Roznev quien hablaba, era una especie de voz interna que respondía mis dudas y acallaba mis inquietudes. Fue entonces que comprendí muchas cosas.
No obstante, no todas las dudas se me aclararon.
-¿Por qué dejas la embajada? –le pregunté instintivamente a Roznev.
Él me miró y giró la cabeza hacia la luz exterior:
-Porque cada vez se me hace más difícil irme de aquí. Mi corazón es wotox y los humanos se me hacen cada día más ajenos. Además, ellos me pidieron que trajera a un humano diferente a mí.
Entonces entendí. Los wotox tenían vínculos emocionales entre ellos que hacían que las experiencias y los sentimientos pudieran compartirse. Al conocer a un wotox, este compartía ese conocimiento con todos los demás. Por eso los humanos habían sido destruidos al legar a Zur. Todos tan diferentes, todos tan llenos de maldades, de vicios, de sentimientos negativos y malsanos, de aquello que los antiguos llamaban pecados. Bastó un solo humano ruin que se encontrara con ellos para que cerraran sus fronteras a la peste humana.
Al Pastrany había sido diferente para ellos. Él era un hombre noble, de corazón abierto y sincero. Un gran hombre que había roto el muro que la malignidad humana había creado. Pero los wotox temían que fuera el único y por eso le habían solicitado un reemplazo. Y ahí había aparecido yo, que no entiendo que de noble y bueno podría tener. Y esa duda subió por mi pecho y me inundó el cerebro: ¿Por qué yo?
Roznev me contestó como si hubiera escuchado la pregunta:
-Porqué tú abriste tu corazón, venciste tus miedos irracionales, tus odios a lo desconocido, tu esencia siniestra humana y diste todo tu ser en un abrazo. Ningún humano reacciona así…
E hizo la pregunta que me temía:
-¿Por qué reaccionaste de la forma en que ningún otro ser humano lo haría?
-Por mi padre.
Al Pastrany me miró extrañado. En su mirada encontré el desconcierto de los wotox ante la infame o angelical naturaleza humana.
-Mi padre padecía la enfermedad de satursigñor. Un mal que hace que las personas pierdan el control de sí mismos cuando se enojan. La adquirió cuando trabajó en el planeta Orduk, en el Desierto de las Miserias, cuando su equipo de supervivencia falló y tuvo que respirar el aire sin filtrar.
Los recuerdos se agolparon en mi cerebro luchando desesperadamente por salir:
- Visitó cuanto médico pudo para tratar de curarse, pero fue inútil. No había nada que la ciencia pudiera hacer por él. Mi madre era una persona sensible, dulce y frágil. Mi padre la amaba con todo su ser, pero cuando se enojaba, se olvidaba de todo y se transformaba en un osotok rabioso. Cuando la calma regresaba, mi padre lloraba y suplicaba su perdón, pero mi madre ya no quería seguir viviendo así: la situación se estaba volviendo cada día más intolerable para ella. Ver al hombre que la amaba convertido en un osotok era en verdad espantoso.
Una punzada me atravesó el alma cuando al fin pude decir lo que nunca antes había dicho a nadie:
-Con todo el dolor de su corazón le pidió que se fuera. Él se quebró. Dijo que la vida no tenía sentido sin ella y le suplicó una última oportunidad. Le explicó a mi madre que cuando se enojaba perdía las riendas de su cordura y veía todo como a través de un cristal. Como si fuera un simple espectador de su propia vida. Le suplicó le ayudara a superar esa terrible enfermedad que ningún tratamiento había podido controlar.
Sentí que mi corazón se vaciaba de sangre cuando expliqué la difícil promesa:
- Hizo que mi madre le prometiera que cuando lo viera transformado, correría hacia él y lo abrazaría. Y le dijo que tuviera fe en que ese abrazo profundo haría que él reaccionara y retomara las riendas de sí mismo. Mi madre le juró que lo haría, le dijo que por amor a él sería capaz de hacerlo…
El silencio nos envolvió y el wotox humano me miró con ojos compasivos. Parecía saber el final de la historia.
-La siguiente vez que se enojó fue por causa mía. No hice lo que dije que haría y eso desencadenó el ataque satursigñor. Mi madre lo vio trastornado y, en lugar de acercarse a él, se alejó. Me dejó sólo con él, huyó. Al día siguiente, mi padre tomó sus cosas y se marchó. Nunca más lo volvía a ver. Luego me enteré que murió en las aguas del planeta Nebur, tratando de pescar un neptor de cabeza dorada.
Hice una pausa retomando mis recuerdos y concluí:
-Años después mi madre, muy arrepentida, me contó de la promesa que le había hecho a mi padre y de que no había querido cumplirla por orgullo. Por ese tonto orgullo que tenemos los humanos de considerar que no debemos acercarnos a quien primero nos hace daño. Y ese tonto orgullo nos dejó sin familia, a mi madre sin esposo y a mí sin padre. Por eso abracé al wotox. Es el abrazo que siempre quise darle a mi padre.
Roznev sonrío y me miró con amor:
- Odraude, ya has abrazado a tu padre. Este lugar donde estamos es lo que los antiguos humanos creían que era el paraíso.
Y tomándome de la mano me sacó de la casa y me introdujo al mundo de los wotoxes.
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