Ojo enamorado

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En tu mirada

miércoles, 2 de noviembre de 2011

CRÓNICAS DE ZURHER 6

ENCONTRANDO A SYOD

Por Ernesto de la Fuente, Elomnisciente


Debo confesar que no estaba preparado para lo que vi esa noche en el planeta Aaragón. Tan pronto el varaquiatero del monte Sohta nos presentó a esa extraña y repulsiva creatura llamada Syod, se produjo un tremendo revuelo que nos dejó aturdidos a todos. Bueno, a todos menos a Rom. El repugnante etrum emitió unos chillidos que me helaron la sangre y corrió más rápido que un ateek en la estepa del planeta Akairfa. Mi entrenamiento de soldado sólo sirvió para hacerme a un lado y echarme al suelo para evitar ser arrollado por tan desenfrenado ser. El varaquiatero estaba aún más asombrado que yo, ante la reacción de su trabajador, y miraba con ojos aterrados como el rebaño de plácidos animales se movía nervioso y corrían de un lugar a otro de su enorme establo.

Rom corrió en pos del descontrolado Syod, perdiéndose entre las sombras de la noche y los alaridos de todo tipo de bestias, ya que hasta el wakachi se había alebrestado salvajemente. Con cierta vergüenza debo revelar que perdí unos segundos en recuperar la compostura y echarme a correr detrás de mi amigo. Blandí mi arma dispuesto a desintegrar al asqueroso bicho, que sentí representaba un enorme peligro para cualquiera que se le acercara. Corrí un buen trecho guiándome únicamente por los sonidos de la persecución. La agilidad de Rom era en verdad envidiable y, pese mi juventud, no me fue posible alcanzarlos si no hasta que se detuvieron.

Llegué en el momento en que Rom acorralaba a Syod. Ambos comenzaron a emitir unos terribles sonidos y a mostrar sus fuerzas, en una extraña danza de intimidación. Me quedé a lo lejos mirando, pero con la mano dispuesta a utilizar mi arma. Entonces, la extraña creatura se fue tranquilizando poco a poco hasta permitir que Rom le pusiera la mano en el hombro. En ese momento depuso completamente su actitud agresiva y sufrió una enorme transformación. Más parecía un tierno omrim, que el salvaje animal que habíamos visto gruñir y correr entre las sombras de la noche.

Rom se sentó con él entre la vegetación y me hizo señas para que me acercara despacio, sin mostrar hostilidad. Guardé el arma y me aproximé muy lentamente a la espalda de mi amigo. Hazler me quitó la bolsa, que siempre llevo conmigo, y obtuvo una pequeña luz de calor, para iluminar suavemente el lugar. Luego sacó nuestras provisiones y se las ofreció al cambiado Syod, quien las husmeó con curiosidad de niño hasta que encontró algo que le pareció apetitoso. Rom le ayudó a servírselo y el desagradable sujeto sonrió por primera vez. Bueno, entendí que era una sonrisa, porque más parecía un tosca mueca de amargura. Su rostro no daba para mejores expresiones. Parecía estar hecho para expresar únicamente emociones negativas como odio, furia, agresión y una profunda amargura. La dulzura, la bondad y la alegría, no parecían tener cabida entre sus toscas facciones. No obstante, debo reconocer que hacía un grotesco esfuerzo por expresarlas.

Rom siguió tranquilizándolo y emitió unos sonidos consoladores, no sé si aleccionado por Lazú, ya que yo nunca se los había escuchado. El etrum le miró con mansa obediencia y se recostó entre la hierba en tanto emitía unos pequeños balbuceos.  Rom le puso la mano en el hombro y le dio unos ligeros golpecitos que terminaron por apaciguarle completamente. La estampa era tan contraria a lo que había visto al conocerlo, que me sentí confundido. Pero para mi amigo aquello parecía de lo más normal. Comenzaron a conversar en un lenguaje de pequeños gruñidos que Lazú no me supo traducir, así que me quedé a la expectativa por si algo se ofrecía.

No sé cuándo me dormí, algo fuera de toda lógica en mí que estoy entrenado para permanecer alerta. Luego comprendí que había sido víctima del apaciguamiento de Hazler, quien no sólo había tranquilizado a Syod si no al entorno también. No me preguntes cómo lo hace, porque es algo que no termino de comprender. Conozco a Rom de toda mi vida y hay tantas cosas que desconozco de él, que aún yo mismo me asombro. El amanecer me despertó. Rom cuidaba mi sueño y el del etrum. Estaba muy serio, perdido en sus cavilaciones. Detectó mi conciencia y me sonrío, con aquel gesto tan suyo que denotaba su gran afecto hacia mí. Me sentí avergonzado por no haber podido estar a su lado cuidándolo en esa noche peligrosa, pero su risa despejó mis vergüenzas.

Syod despertó y Rom lo ayudó a incorporarse. La creatura, que ya no se me hacía tan repulsiva, lo miró como un niño mira a su padre. Él lo abrazó en un gesto de afectuosidad protectora que me desconcertó. Luego los tres nos encaminamos a la granja de varaquiats. Ahí nos esperaba el hombre con su wakachi. Estaba verdaderamente preocupados por nosotros. Me causó gracia ver su cara de asombro cuando nos vio llegar con su "afectuoso" trabajador. El etrum lo saludó como si nada hubiera pasado y, con pasmosa agilidad, entró al enorme corral. Las varaquiats no se inmutaron con su presencia. Acarició a los animales y les limpió los hocicos. Era en verdad asombroso ver como se movía entre ellos. Se veía como un miembro más del rebaño, no como un ser ajeno.

El varaquiatero nos preguntó por lo que había acontecido en la noche, explicándonos que jamás lo había visto comportarse así en los varios años en que lo había servido. Era un excelente trabajador, nunca le daba problemas, y la única paga que requería era un lugar donde dormir y la comida para su sustento. El ese momento Syod se acercó para ofrecerle a Rom su exquisita comida: orejas de Varaquiats. Estos animales poseen seis orejas, tres por cada lado, y tienen la particularidad de poder reemplazarlas si por algún motivo, el hambre del etrum, las pierden. Eso sin contar que producen un líquido nutritivo muy rico para alimentar a sus pequeñas crías, además de que su carne tiene un sabor muy dulce y nutritivo.

Rom aceptó de buena gana el obsequio y se comió la oreja ante los ojos agradecidos de Syod, quien también devoró la suya. Agradecí que no me invitara a mí. El varaquiatero se limitó a verlos bastante sorprendido. Nos invitó amablemente a su casa donde nos aseguró que su esposa había cocinado una deliciosa comida, pero Rom declinó amablemente su oferta. Abrazó a Syod, quien con lágrimas en los ojos regresó al corral a cuidar a sus amadas varaquiats, y despidiéndonos del sorprendido hombre, abordamos la RM-749 y nos alejamos del Sistema Aaragón. Reporté nuestra salida al Centro de Comando del Gobierno pero no solicité autorización para irnos, lo cual, estoy seguro, los habrá enojado sobremanera, ya que nunca pudieron detectar que bajamos en el monte Sohta; y nuestro varaquiatero se cuidó mucho de nunca informar de nuestra presencia, para no perder a tan invaluable trabajador que no pedía a cambio de producirle una enorme riqueza,  más que una destartalada casa, orejas de varaquiats y paz, mucha paz.

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