Martes 21 de
febrero - jueves 8 de marzo de 2018.
BIBLIOPOTAMORREA
Por Ernesto de la Fuente
El
paso del tiempo lleva a José Luis a la edad en la que ya no desea seguir
trabajando. Opta por solicitar la jubilación. Y lo que antes le hacía falta
ahora le sobra a mares. Ante la enorme existencia de tiempo libre, decide
cultivar sus aficiones: Diariamente visita una biblioteca para leer, y una vez
al mes acude a la librería “Katzenleser” a comprar algún libro que satisfaga su
curiosidad literaria. Pero no es suficiente, por lo que toma la decisión de
participar en un taller literario.
Aquello
le sirve de mucho, ya que durante toda su vida ha cultivado el gusto por
escribir. Además, consigue algunos amigos que, como él, disponen de tiempo,
ganas de leer y gusto por escribir. Entre esas nuevas amistades tropieza con Rodolfo,
un hombre cercano a su edad, de caminar pausado, al que la empresa ha pensionado
pese a su renuencia. Aquel nuevo amigo gusta de las letras, la buena lectura,
escribir algo de vez en cuando y tiene la costumbre de frecuentar la misma
librería.
Nace
así una sólida amistad basada en conversaciones literarias, intercambio de
libros, comentarios de sus breves escritos, una que otra novedad, y un ingesta
moderada de brebajes calientes, hechos con selectas infusiones de hojas aromáticas,
para acompañar las charlas. Una vez por semana, los viernes, los amigos se encuentran
en una cafetería para pasar la mañana en amena plática. Disponen de seis días
para llenarse de lecturas, escribir algún cuentecillo, y crear anécdotas
literarias que contarse mutuamente. Sobra decir que esperan con ansias ese día para
deleitarse con los gratos encuentros.
El
intercambio de libros afianza la compartición de vivencias literarias y la
amistad se acrecienta, haciéndose más profunda y sincera. Ambos se alegran la
vida y palian así las desdichas de la vejez, las enfermedades y la cruel
soledad. Autores van y vienen narrando sus historias ante los ojos de los
buenos amigos: Borges, Joyce, Cortázar, Hemingway, García Márquez, Faulkner, Vargas
Llosa, Camus, Piglia, Bulgákov, Bolaño, Canetti… Siempre hay un nuevo escritor
por conocer en el gran universo literario.
Rodolfo
da en préstamo a José Luis un libro de cuentos del guatemalteco Rey Rosa. Ha
comprado el libro en oferta y quiere que su amigo sea el primero en leerlo. José
Luis acepta la deferencia y lee con detenimiento las historias, algunas muy
buenas, pero otras demasiado predecibles y convencionales. En la siguiente
reunión aquel libro es motivo de discusión, análisis y comentarios. Un día después,
Rodolfo va a “Katzenleser” y se encuentra con cuatro novelas cortas, del mismo
autor, publicadas en un solo libro. No adquiere el sugestivo hallazgo porque ve
otros libros que le resultan más interesantes y que se llevan su exiguo
presupuesto.
El
viernes comenta el descubrimiento con José Luis, quien muestra interés y se
compromete a comprar el libro para compartirlo después. Acude a la librería pero
no puede encontrarlo. Un amable dependiente intenta infructuosamente dar con él,
verifica en la estantería y posteriormente en los registros bibliográficos
computacionales, para certificarle que no queda ningún ejemplar del libro. José
Luis se retira compungido, con el ánimo por los suelos, ante el bocado
literario perdido.
En
el nuevo encuentro le informa a su amigo del fracaso de sus pesquisas.
—
Es extraño —comenta Rodolfo— Habían varios ejemplares y no considero que en tan
corto tiempo se hayan podido vender todos.
—
¿En qué lugar de la librería estaban? ¿En el librero de autores
latinoamericanos? —cuestiona su amigo.
—
No exactamente. Junto a ese librero hay una computadora de consulta. En el librero
que sigue, abajo, a mano derecha— detalla Rodolfo.
—
¿No están ahí los libros de administración? — inquiere José Luis.
—
Hay una zona libre antes, donde han puesto libros rezagados.
Cualquiera
que escuche la plática pensaría que hablan de un lugar imaginario, pero lo
sorprendente del caso es que ambos conocen a la perfección la librería “Katzenleser”,
a la que acuden con singular asiduidad.
El
siguiente viernes los dos amigos celebran el regreso de José Luis a la librería
y el hallazgo del libro que buscó en vano la semana anterior. Les maravilla que
ni los mismos empleados conocieran sus propias existencias bibliográficas.
—
Debe ser un error —conjetura Rodolfo—. Es una librería seria y de prestigio.
—
No creo —intuye José Luis—. Podría ser algo más…
—
¿A qué te refieres? — indaga sorprendido su compañero de tertulias.
José
Luis pierde su mirada en el vacío y juega con la cucharilla del té. Algo le
ronda la cabeza.
—
Tal vez hemos descubierto una “Biblioteca de Arena”, no muy diferente al “Libro
de arena” que descubrió Borges.
El
silencio se hace presente entre ellos.
—
¿Estás hablando de una especie de bucle espacio-temporal que permite la
existencia de libros aparentemente inexistentes en una librería? —sonsaca
Rodolfo.
La
risa estalla en la mesa y los amigos se miran divertidos. Innegable: Borges era
genial. No obstante sus risas, sus visitas a “Katzenleser” se hacen más frecuentes.
Compiten por hallar libros inencontrables, cuya existencia los empleados
desconocen debido a que no están registrados en sus catálogos, ni ubicados en
donde deberían estar según la clasificación por temas que el negocio utiliza.
El
divertimento alcanza categoría de deporte cuando José Luis localiza “El maestro
y Margarita” de Bulgákov, libro que según los dependientes no tienen en la
librería. Aquello es una apoteosis literaria.
En
la reunión semanal comentan jubilosos lo extraño de aquellos desconcertantes hallazgos
bibliográficos.
—
Hemos encontrado el santo grial de los bibliófilos. Una librería que contiene todo
libro que se busque con sincero corazón —sentencia Rodolfo.
—
Debe existir alguna clave, puede ser que ciertos días y a determinadas horas se
abre un portal dimensional que permite la entrada a nuestra realidad de
aquellos libros ansiosamente buscados por los coleccionistas expertos —prosigue
José Luis.
—
Es una librería prodigiosa. Es como un río de libros que fluye en el espacio
tiempo bibliográfico. Una bibliopotamorrea
—concluye Rodolfo.
Las
horas pasan volando en tanto realizan elucubraciones literarias de aquellos
enigmáticos y maravillosos sucesos. Ya no pueden hablar de otra cosa en tanto
escriben un plan de acción para ir constatando sus notables hallazgos.
Julio,
el gerente, mira nervioso a Jorge Luis, el dueño de la librería. La visita
constante de aquellos ancianos lo está poniendo muy nervioso.
—
¿Está seguro de que no son peligrosos? — pregunta angustiado.
—
Para nada — responde divertido el empresario—. Solamente son dos viejos que en
las postrimerías de sus vidas están tratando de encontrar un nuevo sentido a su
existencia. ¿Ya dieron con el nuevo libro que escondimos?
—
En eso están — dice Mijaíl, el empleado de piso que todos los viernes, sin ser
notado, toma café en el mismo lugar que los dos longevos amigos —. No creo que
tarden mucho en encontrarlo…
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