Jueves 21 de junio
de 2018
SOMBRA
DE VIDA
Por
Ernesto de la Fuente
Disciplina
ante todo. Levantarse a las cinco de la mañana, meditar, orar, preparar
desayunos, apurar a todos para ir al trabajo o estudio. A las siete, comenzar a
escribir. Vaciar las ideas de la cabeza, convertirlas en palabras entrelazadas
para darle forma a los cuentos, a las historias, a las nuevas realidades. Pausar
a las once. Preparar comida o salir a comprarla. Ver las noticias. Tomar
apuntes de ideas. Retomar la escritura a las doce, expulsar todas las ideas. Si
hay bloqueo, cambiar de historia o retomar alguna no consumada. Pulir —una y
otra vez— los cuentos.
Regresar
la familia. Comer, conversar sobre los acontecimientos cotidianos. Lectura breve
y/o siesta. A las seis, salir a caminar. Aprovechar el paisaje, la gente, los sucesos
para crear nuevas ideas. Dejar deambular la mente. Volver a casa, escribir los
hallazgos. Reunirse en familia: salir a cenar —breve cena en casa—, ir al cine
—ver televisión—, juegos de mesa —simple conversación—.
Al
llegar la noche, abrir resquicio de tiempo para leer —oferta exquisita en la
bien surtida biblioteca personal—, alimentar nuevas ideas, incubarlas durante
el sueño, por la mañana convertirlas en cuentos e historias fantásticas.
Abrazos y arrumaco antes de caer rendido. Vida plena, fructífera, feliz…
Aporrea
la vieja máquina de escribir. Se siente nauseoso, asqueado, vacío, harto. La
abstinencia lo está consumiendo. Su párpado izquierdo se contrae repetidamente,
le tiemblan las manos y un agrio sabor metálico llena su boca. Busca
desesperadamente —por todas partes— algo que lo calme. No hay alcohol y mucho
menos polvos para olvidar. La cabeza comienza a dolerle y el sol que va entrando
lentamente por la ventana le taladra la vista.
—¡Maldita
mierda! —rezonga furioso tratando de cerrar las raídas cortinas sin lograrlo.
Llora
de rabia e impotencia mirando la pocilga donde habita: libros por todas partes,
ceniceros llenos de colillas de cigarros, botellas vacías regadas, restos de
alimentos. Un acre olor a humedad, sudor, sexo, orines y excremento llena el
ambiente. La plenitud del vacío lo circunda.
Considera
llamar a sus hijos pero recuerda que no quieren saber nada de él. Sus tres ex
parejas tampoco lo soportan. Los ha defraudado tanto, que han perdido todo
esperanza. Regresa a la máquina de escribir y arranca la hoja picoteada por las
teclas del rodillo. Lee divertido lo que escribió: “Disciplina ante todo.
Levantarse a las cinco de la mañana…”
Destroza
el papel furioso. Se suicidaría si tuviera con qué y no fuera un cobarde. ¿De
qué le han servido los reconocimientos, los premios que ha conseguido plasmando
el mundo infernal en que ha vivido? No creo nada, simplemente narró su realidad
cotidiana. Infecto y podrido mundo que aplaude la degradación que lleva a la
muerte.
—¡Es
un circo romano! ¡Un maldito circo romano! —grita desolado comprendiendo que
destruyó su vida haciéndola un espectáculo para saciar el morbo literario de
ignotos lectores—. ¡Malditos! ¡Mil veces malditos!
Despierta
a las tres de la mañana sin comprender. Una horrible pesadilla lo ha golpeado.
No era quien es, vivía una vida miserable y deseaba la muerte con avidez. ¿Qué
demonios está pasando? Levantarse sin hacer ruido y, después de visitar al
baño, entrar en el estudio cerrando la puerta. La computadora está esperando.
En tanto la enciende, un amargo sabor metálico colma su boca, las manos le
tiemblan y su párpado izquierdo se contrae repetidamente. Un Déjà vu lo invade. Cierra los ojos, la
obscuridad se hace presente, en tanto, el espectáculo termina y en las
pantallas mentales aparece en grandes letras la palabra: “F I N”.
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