Para mi
amigo Álvaro, nadie como él
UN VERDADERO
REGALO DE REYES
Por Ernesto de la Fuente
Se sentía
bastante incómoda. Nunca pensó que entraría a una Iglesia para celebrar el Día
de Reyes. Bueno, de hecho hacía bastante tiempo que no entraba a una iglesia.
Era algo ajeno a ella. Pero no se pudo negar cuando su tía Emilia le pidió que
la ayudara a llevar a su abuelita María a misa. ¿Cómo negarse? Adoraba a su
abuela, quien la había crecido de niña ante las numerosas ausencias de sus
padres, que siempre estaban trabajando. No había tenido opción, pero eso no
evitaba que se sintiera muy fuera de lugar.
El sacerdote
comenzó la misa y ella siguió los movimientos de la gente ante lo que se indicaba.
Era una iglesia muy grande, más bien parecía una sala de conferencias. Su tía
la prefería porque tenía un estacionamiento especial para discapacitados, en el
cual era fácil bajar a la abuela del auto y abrir la silla de ruedas. Pero el
lugar no invitaba al recogimiento ni dada sensación de profundidad
espiritualidad. Era impersonal, con pocas imágenes religiosas: sólo un cristo
envuelto en una sábana que daba la sensación de irse de prisa al cielo.
Marcela se
preguntó una y otra vez que demonios hacía en ese lugar. Amaba a su abuela,
pero la religión no era lo suyo. Dios nunca se había ocupado de ella, así que a
ella poco le importaba Dios. Repasó uno a uno sus múltiples pendientes y recordó
las palabras de Karla, su mejor amiga, con quien había estado conversando la
noche anterior. Estaba de acuerdo con ella, un embarazo no era nada grato en su
posición. ¿Qué haría con un chiquito cuando estaba por terminar su carrera y
tenía un ascenso a la vista en su trabajo? Además, tal vez era lo más
importante, Roberto se había desentendido del “problema”. ¡Que lindos son los hombres a la hora de asumir las
responsabilidades! Pero ya se lo había dicho Karla: ella había sido la tonta
por enamorarse de un hombre casado con su trabajo.
La misa prosiguió
con sus lecturas y Marcela volteó a ver a su abuelita. ¡Qué diferente había
sido su vida! Siete hijos, un marido desobligado, había trabajado toda su vida
como una mula, para terminar enferma y postrada en una silla de ruedas. Y si no
fuera por su hija viuda, habría sido enviada a un asilo por sus ingratos hijos.
No, ella no quería una vida así. Quería labrarse un futuro, abrirse un camino y
tener una mejor vida que la de su abuela María. No se llenaría de hijos, y
menos los sacaría adelante sola.
La gente se puso
de pie y el sacerdote proclamó con solemnidad una lectura en que hablaba de los
reyes que habían venido de oriente a ver a un recién nacido. Escucho la lectura
con cierta simpatía, recordando su niñez en que aquellos reyes le traían uno
que otro regalo. No obstante, lo que más recordó fue la deliciosa Rosca de
Reyes que solía hacer su abuela. Una tradición que hacía muchos años se había
perdido al quedar discapacitada. Miró a su tía, ella seguía la misa con
solemnidad. Que diferente era de su madre. Suspiró.
La gente se sentó
y el sacerdote comenzó a predicar. Era la misa de niños y el hombre de Dios
comenzó a interactuar con los infantes. “¿Qué
fueron a hacer los Reyes Magos al ir a ver al niño Jesús?”- preguntó
abriendo la participación. Un niño pequeño, de camisa de rayas azules, corrió
al micrófono y dijo: “Fueron a pedirle
cosas”. El sacerdote sonrío y explicó: “Fueron
más bien a adorarlo y a ofrecerle oro, incienso y mirra”. Y remató con una
nueva pregunta: “Nosotros ¿qué le podemos
ofrecer al niño Dios?”. La chiquitearía prorrumpió en una nutrida
participación, varios niños pasaron a exponer lo que ellos le regalarían al
niño Jesús: “portarme bien”, “paciencia”, “alegría”, “tratar bien a mi
hermana”… y aquel pequeño niño de la camisa de rayas azules regreso para
decir: “mi corazón”.
La participación
se había puesto agradable cuando Marcela vio que un niño vestido de blanco se
acercó al sacerdote y dijo con una hermosa voz: “…la vida de tu hijo…”. Marcela se quedó helada, nadie pareció darse cuenta
de lo que había dicho el niño y el hombre de Dios no hizo ningún comentario,
como hizo con todos los demás comentarios de los niños que pasaron. Un sudor frío
le recorrió la espalda y un calor intenso le penetró el vientre. Sintió que la
cabeza le daba vueltas y antes de poder hacer nada, perdió el conocimiento.
Cuando despertó,
su tía la abanicada ayudada por otra señora. Se sentía fatal. La sangre le había
bajado de la cabeza y no tenía fuerzas en las piernas. Le dijo a su tía que
estaba bien y la misa prosiguió aunque ella ya no se paró una sola vez más.
Cuando la ceremonia terminó, su tía la llevó al auto en la silla de ruedas de
la abuela, ayudada por otras buenas personas. Su abuelita la esperaba
preocupada en el auto. Sin su consentimiento, la llevaron al médico, lo cual la
aterró ya que no quería hacerlas participes de su secreto. El médico la examinó
minuciosamente y comentó que era un agotamiento nervioso y que sería
conveniente que hiciera mucho reposo. Ella se sentía mejor.
Regresaron a
casa de su tía Emilia y ella la invitó a quedarse. -“No creo que sea buena idea que te vayas, hija -sentenció- Quédate a partir rosca con nosotras”.
Marcela no protestó, realmente se sentí agotada. Al poco rato llegó el primo
Alejandro trayendo una hermosa rosca de reyes. La saludo efusivamente. Era el único
hijo de la tía Emilia y, aunque era casado, siempre estaba pendiente de su
madre y de su abuela. Todos se reunieron junto a la mesa y dejaron que la
abuela cortara primero la rosca. Ella, con mano temblorosa, cortó un pedacito.
Todos aplaudieron. Luego lo hizo la tía Emilia y, a instancias de Marcela,
siguió Alejandro. A nadie le salió ningún muñequito. Marcela, con mano aún más
temblorosa que su abuela, cortó un pedazo.
No se lo podía
creer: los tres muñequitos estaban dentro de su pedazo. Los miró sorprendida en
tanto su primo se moría de risa y su tía lamentaba el “error” de la panadería de poner en un solo lugar los tres muñecos.
Marcela no dijo nada. En su mente seguían resonando las palabras de aquel niño:
“…la vida de tu hijo…”
-¡Jesús! ¡Vente
corazón ya llegó la tía Emilia! -lo llamó jubilosa.
El niño vino
corriendo desde el jardín. Nada le daba más alegría que ver a la tía Emilia, su
adorada “Michia”, quien lo había
cuidado tanto de pequeño y quien era como una segunda madre para él.
-¡Tía Michia! ¡Tía
Michia! -la abrazo gozoso y la llenó de besos.
-¿Y qué tenemos
acá? -preguntó la tía llevando el juego- ¡Un niño hambriento de besos! -y le
llenó la cara y el pelo de melosos besos de tía consentidora.
Marcela los miró
sonriente. Al menos su hijo tenía en su tía lo que ella había carecido con su
madre. Su corazón latía dichoso en su pecho.
-¿Qué crees Jesús?
-interrogó la tía al niño- ¿Quién crees que viene al rato?
El niño,
conocedor del juego, sonrío.
-¡Nano! -y rompió
a reír en tanto Marcela y la tía intercambiaban miradas de complicidad.
No pasó mucho
rato cuando Alejandro, “Nano”, llegara con su esposa trayendo una caja muy
larga. El niño se emocionó al verlos y corrió a abrazar a “Yaya” Eulalia, la mujer
de Nano. Marcela los miró a todos y los condujo a la mesa donde asentaron la
caja. Jesús se sentó rápidamente en la silla mirando expectante la enorme caja.
-¿Ya te lavaste
las manos? -preguntó Marcela en tono de madre.
El niño hizo una
mueca y corrió al baño. Los adultos intercambiaron saludos y sonrisas y Marcela
y Eulalia conversaron brevemente, en tanto Alejandro llevaba los platos a la
mesa junto con su madre. Jesús regresó enseguida y se sentó derechito en la
silla. Su carita de ansiedad era evidente.
-¿Por qué tanta
prisa? -le interrogó Nano.
El niño sonrío pícaramente
y alzó los hombros. Todos los adultos se sentaron a la mesa y Marcela levantó
la tapa de la caja: una hermosa Rosca de Reyes resplandeció desde dentro. Un “¡Ohhhhh!”
profundo se escapó de la garganta del niño.
-Bueno -aclaró
la tía- Vamos a partir esta deliciosa rosca en recuerdo de nuestra querida
abuela María y en honor al niño Jesús.
-¿En honor a mí?
-preguntó divertido el niño.
-No exactamente
hijo -aclaró Marcela- Pero en cierta forma también en tú honor -y al decir esto
una sonrisa le cruzó el rostro en tanto agarró el cuchillo y se lo pasó a la tía
Emilia para comenzar el ritual.
No falta decir a
quien le salió un muñequito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario