GATO
Por Ernesto de la Fuente
Lo había perdido
todo: esposa, hijos, familia, casa. Su vida parecía estar acababa. Vivía por
inercia, aún tenía trabajo y un pequeño cuchitril donde dormir. Pero la soledad
lo atormentaba. Iba como muerto al trabajo, hacía todo mecánicamente y
regresaba arrastrando los pies ¿Cuántos tiempo más sobreviviría?
Una mañana, en que
caminaba lentamente con el tiempo justo para llegar a sus labores, encontró una
caja llena de basura. Ahí, entre los desperdicios, se escuchaba un trémulo quejido.
Se acercó intrigado y distinguió a un pequeño gato escuálido y casi muerto de
hambre. Condolido por su desastroso estado, lo agarró con un periódico y se lo
llevó al trabajo. El gato no volvió a emitir sonido alguno. Al ser rescatado de
su abandono, olvidó seguir gimiendo su desgracia.
Silencioso, mudo,
esperó a que su rescatador terminara su jornada de trabajo y se fue con él a su
nuevo hogar. Ahí lo bañó e intentó darle de comer, pero el gato sólo quería
agua. La comida no le interesaba.
-“Ya se resignó a morir”-pensó su nuevo
amo, en tanto lo acariciaba con un paño seco y suave.
No obstante, no quiso
renunciar y verlo morir, así que fue a una veterinaria a preguntar qué alimentos
podría darle. Le aconsejaron una leche especial para gatitos desnutridos. La
adquirió junto con un biberoncito que parecía de muñecas. Armado con las
herramientas salvadoras, regresó para cuidar al gato.
Día tras día,
noche tras noche, fue alimentando al gato. Tuvo que armarse de paciencia y
tratarlo con mucha delicadeza. Éste se dejaba querer, pero no ponía mucho
entusiasmo.
–Un gato sin esperanzas ¡Que friega!-rezongó
desalentado, pero siguió insistiendo.
Pasaron los días y
con ellos las semanas, hasta que muy lentamente vio florecer al gato. Bueno, no
es que el gato diera flores, pero ya se movía, jugaba, comía y dormía como un
bendito. Era una enorme alegría verlo caminar majestuosamente por la casa. El
gato era su vida.
Unos meses después,
conoció a una hermosa mujer. Se asombró de que le hiciera caso y lo buscara. No sólo
era guapa, si no también inteligente y excelente conversadora. Pasaba momentos muy gratos
con ella. Todo se lo contaba a Caifás,
el gato, quien lo miraba entre divertido e interesado cuando hablaba de aquella hembra.
Con cierto temor,
había rehuido que Caifás conociera a
su enamorada, pero no podía postergarlo eternamente. Un buen día se dio la
oportunidad de llevarla a su pequeña casa. Se sentía muy nervioso. Entraron y
buscó al gato por todas partes. Ella lo ayudó, pero fue inútil. No había gato. Él
sintió que el alma se le salía del cuerpo ¿Dónde demonios estaba Caifás? Las manos le temblaban y ella
lo condujo suavemente a una silla. Lo abrazó, lo acarició, lo calmó y lo llenó
de mimos. Él fue recuperando la compostura. Al estar finalizando el trance
amoroso en la cama, le pareció escuchar un débil gemido. Lo curioso del caso es
que no provenía de fuera del cuarto, ni de dentro. El gemido provenía de sí
mismo. Cuando terminaron y él la rodeó amorosamente con sus brazos, un ronroneo
cadencioso surgió de lo más íntimo de su ser.
-Te moviste genial Caifás –le dijo ella golosa y él sólo se limitó a sonreír.
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