Año con año los tres poderes del estado de Yucatán y las más altas autoridades universitarias, se reúnen en el día de la muerte del general Manuel Cepeda Peraza, el 3 de marzo, para rendirle un homenaje a los pies de su estatua ubicada en el Parque Cepeda Peraza o Parque Hidalgo (calle 60 por 59 del centro histórico).
Se le rinde homenaje a una fría estatua que se eleva imponente en un pedestal, pero los despojos mortales, los retos áridos, el esqueleto de tan gran hombre, yacen perdidos en la sórdida negrura de la historia.
Ningún héroe es digno de mayor admiración en todo Yucatán que Cepeda Peraza. Yucateco de pura cepa, nació el 19 de enero de 1828 en una casa situada al poniente de la Iglesia de Santiago en Mérida. Fueron sus padres don Andrés Cepeda y doña Narcisa Peraza. Tuvo cinco hermanos: Andrés, José Apolinar, Eutemia, Pilar y María del Carmen. ¿En que radica la grandeza de este hombre? En que fue uno de los más grandes defensores de la libertad, restaurador de la República en Yucatán, el 15 de junio de 1867, creador del Instituto Literario del Estado, por decreto del 18 de julio de 1867, además de haber fundado en 1868 la Biblioteca que después llevaría su nombre (situada en el cruzamiento de las calles 62 y 55).
Ninguna virtud resalta tanto en él como la obediencia. Cepeda Peraza tuvo que llevar a la práctica las Leyes de Reforma decretadas por don Benito Juárez. Para tal efecto, el 8 de octubre de 1867 expidió una orden recordando que el 12 del mismo mes vencía el plazo que la ley del 26 de febrero de 1863 señalaba para la clausura del Convento de Madres Concepcionistas, determinando que el gobierno se hiciera cargo del edificio.
La sociedad yucateca puso el grito en el cielo, ya que la mayoría de las religiosas eran personas de edad, casi ancianas, y sacarlas de su Convento era como arrojarlas a la miseria. Quien encabezó el movimiento para evitarlo fue doña Pascuala Argüelles y Medina, esposa de Cepeda Peraza. Se había casado con ella el 21 de febrero de 1852 en Motul. Sólo tuvieron un hijo, Manuel, el cual falleció a los 4 años de edad a consecuencia de la tosferina. Se le escribió al Presidente Juárez invocando razones de humanidad, solicitando clemencia para que aquellas pobres mujeres no fueran echadas a la calle. Eran unas religiosas que no le hacían daño a nadie, ¿para qué quitarles su casa y la única forma en que sabían vivir?
Dramático debió ser para el General Cepeda tener que enfrentarse a su propia esposa, pero no por ello claudicó. Las órdenes son para cumplirse y el general se mantuvo firme, aunque no podemos dejar de mencionar que no fue indiferente al destino de las Monjas exclaustradas, ya que expidió una Orden por la que asignaba dos mil pesos a cada una de dichas religiosas, aunque la dote que hubiesen dado al Convento no hubiese ascendido a tal cantidad.
Esta acción le ganó numerosos enemigos, en especial entre los partidarios del imperio, además que muchas personas de fe lo condenaron. Recuerdo de niño hacer escuchado, de labios de una anciana tía abuela, un estribillo denigrarte contra él: “No cuajó la masa, Peraza, y comiéndola se queda, Cepeda”.
Hombre recto e inteligente, murió a los 41 años de edad el 3 de marzo de 1869; y aunque era Gobernador, justo es confesar que murió como termina todo hombre honrado: en la pobreza. La causa de su muerte fue una tuberculosis laríngea.
Primero le rindieron homenaje la casa mortuoria, marcada hoy con el número 505 de la calle 59, posteriormente en el Instituto Literario del Estado, que él había fundado, y más tarde en el Palacio de Gobierno, ya que murió siendo el Gobernador Constitucional. El viernes 5 de marzo, su cadáver fue trasladado a la Santa Iglesia Catedral para que en la Iglesia se le rindieran los últimos honores. Fue enterrado en el Cementerio General y en el lugar donde fue sepultado se levantó un monumento con la siguiente inscripción: "C. GENERAL MANUEL CEPEDA PERAZA. Falleció el 3 de marzo de 1869. Dedica esta memoria su esposa Pascuala Argüelles de Cepeda".
El 26 de abril de 1869 fue declarado "Benemérito del Estado", y su nombre se mandó inscribir con letras de oro en el salón de sesiones del Congreso del Estado, declarándose día de duelo el 3 de marzo de cada año. El 27 de mayo de 1870 el Gobierno del Estado concedió a su viuda la propiedad del sepulcro que guardaban los despojos mortales de su amado esposo, y el terreno que ocupaba en el Cementerio General de Mérida.
Cinco años después de haber sido enterrado el cadáver de Cepeda Peraza, comenzó a correr el rumor de que los adictos al Imperio pretendían sacarlo de su tumba para arrastrarlo por las calles de la ciudad. Ante tan alarmante rumor, doña Pascuala se entrevistó con el Coronel Manuel Fuentes, su compadre, para que éste gestionara que a escondidas fuera extraído el cadáver de su esposo para trasladarlo a otro lugar más seguro, a fin de evitar que se consumara cualquier atentado contra su memoria.
Extraído el cadáver, a escondidas y de noche, fue trasladado inmediatamente a la Capilla de San José, en la Santa Iglesia Catedral, donde se le dio nueva sepultura. Ahí, una lápida de mármol de 63.5 por 43 centímetros resguardó sus restos por muchos años.
Cuarenta y siete años después de su muerte, en 1916, el General sinaloense Salvador Alvarado mandó destruir la Capilla de San José para abrir el llamado "Pasaje de la Revolución" (entre la Catedral de Mérida y el Ateneo Peninsular, que antes era la sede del Obispado). En las excavaciones que se hicieron se encontraron numerosos huesos que fueron depositados en barriles para ser llevados a tirar, como si de basura se tratara, a las afueras de la ciudad.
Pero, ¿nadie impidió que los restos del Benemérito del Estado fueran tirados a la basura? Sí, los doctores Domingo Vadillo y Argüelles y Andrés Sáenz de Santamaría y García Rejón, Duque de Heredia, ambos emparentados con la familia de la esposa de Cepeda, trataron de sacar los restos del Fundador del Instituto Literario cuando se derruía la Capilla del Señor San José. Localizaron la placa de mármol que indicaba el lugar donde habían estado los restos áridos de Cepeda Peraza, pero sólo encontraron las maderas de su caja mortuoria hechas polvo y confundidas con las varillas de metal que circundaban las orillas del féretro. Nada más. Por lo que se limitaron a recoger la lápida sepulcral de mármol para donarla al Museo del Estado.
Este año se cumplen 140 años de su muerte y nadie se acuerda de su heroica viuda, cuyo nombre debería llevar alguna escuela como homenaje a esta mujer que pasó grandes penurias al no dejarle su marido más herencia que su acrisolada honradez. No hay que olvidar que detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer. Los hijos de Yucatán no supimos preservar el respeto debido a los restos mortales de este gran hombre. Mérida, Yucatán. eduardoruzhernandez@gmail.com
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