CALOR
Por Ernesto de la Fuente
La temperatura era
en verdad terrible. Habría unos 43 o 44 grados Celsius. Sentía que la vida se
le escapaba por los poros y que el calor lo abofeteaba al moverse.
-El sol está que muerde –dijo sin dirigirse
a nadie en particular.
Ni una nube, ni un
poco de brisa. Se movían despacio sufriendo la desdicha de tener que caminar en
descampado. Nadie hablaba. Había que cuidar el aliento.
Un pájaro cruzó el
horizonte. Batía las alas con desesperación. A medio vuelo, como si le hubiera
alcanzado una flecha, detuvo su aleteo y cayó como piedra. El ruido al
estrellarse contra la tierra fue seco. Todos lo voltearon a ver. Había que
seguir caminando o ellos seguirían.
Maldijo no haber traído
sombrero. ¿Quién demonios había hecho pasar de moda el usarlo? El ser calvo lo
perjudicaba más que a los que tenían pelo. Notó que bajaban el ritmo. Pesaban
los pies y arreciaba la sensación térmica. Se estaban ahogando en su propio
sudor.
Alguien cayó al
suelo. Nadie hizo nada por ayudarlo. Algunos comenzaron a quedarse parados como
postes. Ya no podían seguir más. Él cerró los ojos y siguió avanzando. Cada vez
más sólo, cada vez más lento.
Cuando se dio
cuenta estaba en el suelo. No escuchó ruido alguno ni sintió el golpe. El sol
lo abrasaba, le carcomía la piel al caer a plomo. Ni una nube, ni un árbol, ni un
solo ser vivo. El sol había ganado. Nadie podía resistírsele.
Abrió los ojos y
se sintió flotar. El sudor y la noche lo envolvían. Emitió un gemido. Alguien
se movió en otra nube. La voz de reproche de su esposa le devolvió a la
realidad:
-Si hubieras
comprado un aire acondicionado, no tendrías pesadillas ni estaríamos
padeciendo. Ya ni dormir en hamaca ayuda.
Él no respondió, ¿para qué?, simplemente sacó el pie y
pateó la pared para mecerse en tanto el ventilador vomitaba aire caliente...
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