Ojo enamorado

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En tu mirada

viernes, 15 de enero de 2016

REGALO DE REYES 2016

 LA ROSCA DE REYES TRAE DOBLE PREMIO A LOS AFORTUNADOS
Para los Narradores Creativos con todo afecto

Por Ernesto de la Fuente

En la vida hay decisiones cruciales que se tienen que tomar, pero algunas de ellas se realizan de la manera más inverosímil posible. La decisión más fácil es aquella que no se toma, y la más difícil es aquella en la que el azar es quien la determina. Extraña historia es esta en que la decisión se hizo de la manera más sorprendente posible. 
Era un hermoso grupo de aspirantes a escritores que se reunían cada quince días para compartir ideas, sueños y, sobre todo, su profundo amor por las letras y por los libros. Leían historias, creadas por ellos mismos o escritas por monstruos de la pluma, que los dejaban embelesados y llenos de emociones encontradas. Eran felices, se sentían hermanos de tinta y letras, y vivían sus fantasías saboreando sus gustos.
Uno de sus mayores sueños era viajar a Europa y disfrutar la dicha de recorrerla. Cada año trazaban un itinerario para conocer el viejo continente y no faltaba reunión en que no armaran nuevos pedazos de rutas turísticas y/o literarias que podrían conocer. Habían efectuado la solemne promesa de tomar un café en alguno de los míticos lugares parisinos donde los intelectuales, pintores y escritores de antaño, degustaron el aromático brebaje al calor de intrincadas conversaciones con otros colegas. Aunque no se ponían de acuerdo si debían ir a “Les Deux Magots”, al “Café de Flore” o a “Le Select”. Algunos eran más prácticos e indicaban que lo importante era estar en París y, una vez ahí, caminar por sus calles y entrar al primer café que se encontraran por el camino.
Donde el espíritu nos lleve — decían entre risas.
Llevaban tres largos años soñando, pero también buscaban materializarlo reuniendo dinero con la venta de sus obras escritas entre familiares y amigos, las cuales eran compradas más por benevolencia que por un verdadero interés en su contenido.
En el mes de diciembre, comenzando el cuarto año de reuniones, el tesorero hizo una insólita propuesta: Lo recaudado no era tanto, pero no era tan poco, daba para que holgadamente uno de los integrantes viajara a Europa. Pero sólo uno. Se miraron unos a otros tratando de esclarecer cómo podría hacerse aquello que iría contra el espíritu de la fraternidad e igualdad reinante.
El más viejo de todos, un hombre de semblante sereno y profundo amor por la lectura, tuvo la idea. En el cercano enero, para el Día de Reyes, se compraría una rosca y se pondría en ella un solo muñequito, cual debiera ser porque uno sólo fue el niño que nació hace siglos en Belén. El que sacara el niño sería el encargado de realizar el viaje con la formidable encomienda de relatarlo pormenorizadamente para que todos, en su lectura, pudieran vivenciarlo.
La idea era buena: se dejaría al azar la difícil decisión de elegir al afortunado. Todos estuvieron de acuerdo y se retiraron, entre ansiosos y jubilosos, a esperar la próxima fecha.
Enero llegó con su solemne dicha. La Navidad y el año nuevo habían pasado muy rápidamente para todos los integrantes, que esperaban con enormes esperanzas la llegada del Día de Reyes para obtener su posible regalo. Fueron llegando uno a uno, nadie faltó, y contemplaron embelesados la enorme Rosca de Reyes que se había comprado. Tres de ellos se habían encargado de adquirirla con la especificación de contener un solo muñeco. Los saludos fueron breves y las lecturas incómodas. Era más que obvio que todos estaban esperado el momento para cortar el pan y encontrar “su” premio. La reunión, que siempre solía ser gozosa, se volvió tediosa y sofocante. Las voces se escuchaban apagadas y nadie podía quitarle los ojos de encima a la rosca. Finalmente, se decidió dejar de lado las lecturas, insípidas y fatigosas, y pasar directamente al corte de rosca.
¿Quién comenzaría? Todos dudaban. Nadie quería ser el primero. Se decidió que se comenzaría por edades, por lo que el más experimentado cortaría de último. Se midió meticulosamente la rosca, asentada sobre una caja de cartón, y se marcaron los cortes exactos en el cartón, igualitariamente, como todo lo que ellos hacían, para que no sobrara ningún pedazo. Luego, uno a uno, con mano temblorosa, los nueve integrantes fueron cortando el sabroso pan. Nadie presionó a que se rompiera para ver si ocultaba el buscado niño y, simpáticamente, nadie lo encontró al cortar. Como si todos se hubieran puesto de acuerdo, no comieron su pedazo sino hasta que el último miembro realizó el corte postrero. Luego, en profundo silencio, dieron un sorbo a sus cafés y procedieron a morder con mucho cuidado el pan.
El caso fue que casi todos fueron terminando de comer y a nadie le había salido el muñeco. No obstante, quedaban dos miembros que no acababan aún: la bella Musa, una inteligente y guapa muchacha que era el alma y entusiasmo del grupo, y el más longevo. No habían terminado por saborear cada bocado y comer lento: Una por gourmet y el otro por parsimonioso. Los otros siete integrantes comenzaron a desesperarse. Aunque era obvio que uno de ellos sería el afortunado, la incertidumbre los estaba consumiendo.
De pronto, la Musa entusiasta topó con algo duró en su pedazo de pan. Las caras de alivio por la sorpresa terminada llenaron el lugar. Ante los ojos de todos, la muchacha sacó un objeto trunco de su pan: Era la cabeza de un muñeco. En ese mismo instante el más veterano sacó algo de su pan y, como si fuera un rompecabezas, lo unió al pedazo que la Musa exhibía. Era el cuerpo sin cabeza del muñeco.
El asombro fue total. Había dos ganadores de un solo niño. Un tropel de murmullos invadió el lugar en tanto que los afortunados siguieron degustando su pan como si nada extraordinario hubiera acontecido.
Para julio, mediante una aportación voluntaria de todos los miembros, los dos ganadores viajaron a Europa. Llegaron a Barcelona y de ahí se fueron a París en tren. Al llegar a la Ciudad Luz les perdieron la pista. De hecho, nunca más volvieron a saber de ellos y el grupo lamentó profundamente su ausencia, no sólo por sus muy valiosas aportaciones, sino porque no pudieron leer jamás el morrocotudo relato de sus vivencias europeas.