Ojo enamorado

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En tu mirada

jueves, 22 de enero de 2015

HISTORIA DE LA UADY / Escritor invitado




LA HUELGA OLVIDADA

Por Eduardo Ruz Hernández
Bibliotecario e Historiador UADY
Información tomada del Diario de Yucatán

Hay partes de la historia que, por uno u otro motivo, se olvidan, se esfuman en la memoria de las personas, dejando una extraña confusión que nos impide entender nuestra realidad actual. La huelga que paralizó a la Universidad Autónoma de Yucatán en febrero de 1988 es una de ellas. Gobernaba nuestro país el presidente Lic. Miguel de la Madrid Hurtado, en cuyos apellidos el pueblo vio sus desgracias, era gobernador de Yucatán el Lic. Víctor Manzanilla Schaffer, y Rector de la UADY el Ing. Álvaro J. Mimenza Cuevas. El país estaba sumido en una vorágine inflacionaria que había hecho que el gobierno se sacara de la manga aquel famoso “Pacto de Solidaridad Económica”, del que nunca entendimos cómo y con quien pactamos.  

Comenzaré la historia el viernes 12 de febrero de 1988. El Consejo Universitario se reunió para escuchar el informe del Rector Mimenza quien, entre otras cosas, informó que existía riesgo de huelga porque la Asociación Única de Trabajadores Administrativos y Manuales de la Universidad Autónoma de Yucatán (AUTAMUADY), no aceptaban la propuesta de aumento salarial del 38% y la Secretaria de Educación Pública se negaba a proporcionar más apoyos (vieja historia muy conocida por las universidades públicas). Con todo, en una “postura que enaltece porque antepusieron los intereses universitarios a los personales”, la Asociación de Personal Académico de la Universidad Autónoma de Yucatán (APAUADY) había aceptado el 38% de aumento. La huelga estallaría el lunes 15 de febrero, a la medianoche, con “consecuencias irreversibles que traería para la investigación, la docencia, el estudiantado y la paz que prevalece en nuestra entidad”.

En esa misma sesión presentó el Plan Institucional de Desarrollo 1988-1990, indicando que la inflación anualizada durante 1987 había sido del 160%, así como que se tenía contemplado en el presupuesto el pago de los intereses bancarios de préstamos que se habían tenido que solicitar para no detener la marcha de la universidad.

El sábado 13 de febrero, en tanto Ronald Reagan visitaba Mazatlán, en Mérida el Lic. Andrés Santos Ojeda, Secretario General de la AUTAMUADY, informaba que SI habría huelga el lunes 15 de febrero, ya que el sindicato pedía un alza en términos reales del 53%, y que si los académicos habían aceptado el aumento ofrecido era “porque sus sueldos eran más elevados”.

El 14 de febrero, domingo de carnaval, más de 300 trabajadores sindicalizados se reunieron en el auditorio “Benito Juárez”, de la Facultad de Medicina, para decidir si estallaba la huelga o no. Votaron a favor 137 para que la huelga estallara el 15 de febrero y 100 votaron por extender una prórroga para el 22 de febrero. Había también el aliciente de apoyar el movimiento nacional de solicitudes de aumento salarial de las universidades, al cual no se quería traicionar, ya que estaban 9 universidades en huelga y dos más, la de Veracruz y Puebla, estaban por unirse. La AUTAMUADY pertenecía al Sindicato Único Nacional de Trabajadores Universitarios (SUNTU), como sección 25.

El Secretario Santos manifestó que “el gobierno quiere poner topes a los salarios sin tomar en cuenta las necesidades de los trabajadores”, y les señaló a los trabajadores que deberán cumplir las guardias nocturnas, pues a quienes no las hagan se les impondrán multas equivalentes a una quincena de salario. El asesor jurídico del sindicato era el Lic. Julio Macossay Vallado.

El lunes 15 de febrero de 1988, en tanto el Banco de México anunciaba la próxima emisión de billetes de 100,000 pesos “como consecuencia y no causa de la inflación”, las banderas rojinegras cubrían las puertas del edificio central, y de todos los edificios universitarios, a la medianoche. “No hubo arreglo: estalló en la UADY la huelga”. La rectoría siguió ofreciendo el 38% y los trabajadores solicitando el 53.6%. Unos 13,500 alumnos resultarían afectados a partir del miércoles 17 de febrero, ya que la universidad estaba en el asueto del carnaval.

El Rector Mimenza, en un último intento por detener la huelga, ofreció un aumento salarial de 15% retroactivo al 16 de diciembre, y otro del 20% retroactivo al 1° de enero, pagaderos en la primera y segunda quincena de marzo. Aclaró que el incremento real sería del 38% pues el 3% restante representa el impacto en las prestaciones. Asimismo, sugirió que se firmaría una cláusula en la cual la UADY se comprometería a realizar ajustes al tabulador salarial antes del 15 de marzo.

Quiero recordarles que la universidad no es una empresa de lucro ni obtiene utilidades. Se mantiene con subsidios de los gobiernos federal y estatal y sus ingresos son insignificantes” También señaló el Ing. Mimenza que el personal de la UADY percibe salarios “muy por encima al salario mínimo y más que en otras instituciones” y además “cuenta con mejores prestaciones”. Y remató: “El incremento que piden no lo lograrán con huelgas o presiones. Rebasa las posibilidades de la universidad, pero respetamos su derecho de huelga… Lo único que lamentamos es que los estudiantes serán los más afectados”.

El Lic. Santos dijo que al personal de la UNAM se le había otorgado el 53% y el Rector aclaró que a esos empleados se les descuentan impuestos, además que “hay una enorme diferencia en cuanto a zonas económicas”.

El 16 de febrero, martes de carnaval, el SUNTU informó que otras cuatro universidades se unieron a la huelga nacional, sumando ya 15 universidades en todo el país. En Mérida todos disfrutaban del carnaval y se olvidaron de la huelga. El Paseo de Montejo estaba pletórico de gente. Gocemos hoy, mañana ya veremos que comemos. El 17 de febrero, miércoles de ceniza, el golpe es fuerte para los 13,500 alumnos de escuelas y facultades. El rumor es que la huelga “va para largo”, ya que no sería sino hasta fin de mes que el gobierno federal haría alguna oferta. El sindicato se dice preparado para afrontar un movimiento de larga duración. No obstante, ambas partes, autoridades y sindicato, dicen que las pláticas no están rotas. Están a la espera de que las autoridades educativas de la metrópoli formulen un nuevo ofrecimiento a las universidades que están en huelga en todo México. El sindicato, con 480 trabajadores, reitera que no aceptará menos del 53% que le dieron a la UNAM.

Se menciona que en otras universidades en huelga las autoridades han permitido que las actividades continúen para no perjudicar a los alumnos. El Presidente de la Junta de Conciliación y Arbitraje, Lic. Armín Villalobos Bustillos, aclara que el derecho laboral podría infringirse si se permite el acceso a los estudiantes.

Por su parte, el Lic. Manuel Imán Morales, Secretario General de la APAUADY, que agrupa a 1,200 docentes, informó que rectoría haría efectivo el 38%, retroactivo a diciembre, el 29 de febrero y que también recibirían un aumento del 20% en la primera quincena de marzo. “Somos institucionales y tenemos una responsabilidad con los padres de familia y estudiantes; no deseamos desestabilizar la universidad

El jueves 18 de febrero se comenzaron a buscar alternativas para impartir las clases extramuros y se suspendieron varios servicios que la universidad brindaba a la población, como las consultas dentales a personas de escasos recursos. El Secretario de Organización de la AUTAMUADY, José Luis Reynosa Caamal, explicó al Diario de Yucatán el por qué no aceptaron la última propuesta del rector. Indicó que un auxiliar de intendencia gana $106,000 mensuales y las secretarias “B”, que reciben mayor sueldo, $130,000, cantidades muy reducidas considerando la inflación. Y tenía la razón, ya que un kilo de huevo fresco “en oferta” costaba $1,595 el kilo, como indicaba la desaparecida cadena Blanco (su precio normal era de $1,665). El Diario costaba $300.

El viernes 19 se abrió una posibilidad de arregló. El Rector Mimenza hizo una propuesta definitiva: aumento del 3.4% al tabulador de salarios generales retroactivo al 1° de enero, que sumado al 38% eleva el ofrecimiento al 42.7%. Y se firmaría un convenio mediante el cual la UADY se comprometía a otorgar los aumentos salariales a los trabajadores cada mes, como establecía el Pacto de Solidaridad Económica, pese a que todos sus empleados percibían sueldos arriba del mínimo.

El sábado 20 de febrero terminó la huelga en la UADY, cuando el sindicato AUTAMUADY, después de las 18 horas y por decisión de sus agremiados, aceptó el 42.7% de aumento sobre los sueldos que recibían en diciembre pasado. A las 22 horas, líderes de trabajadores y directivos de la UADY se dirigieron al edificio central y quitaron las banderas rojinegras. Fueron únicamente cinco días de inactividad.

El personal académico también aceptó similar acuerdo. La UADY firmó un convenio con los sindicatos para que cada aumento que decretara el Gobierno Federal dentro del Pacto de Solidaridad Económica, se hiciera efectivo en la siguiente quincena del otorgamiento. Asimismo, se pagarían íntegros los sueldos que se dejaron de percibir por la inactividad.

El Secretario de la AUTAMUADY Andrés Santos manifestó: “El conflicto llegó a su fin por decisión de los trabajadores”. El Rector Álvaro Mimenza dijo: “Hay que tener mucho cuidado, porque muchos ven a la universidad como un botín y desean meter la mano en ella”. Y el Secretario de la APAUADY Manuel Imán comentó que en su sindicato “el aumento se logra mediante el diálogo”.


El lunes 22 de febrero de 1988 la UADY abrió nuevamente las puertas de todas sus escuelas y facultades, reanudando actividades sin mayores contratiempos. “Las instalaciones universitarias no sufrieron daños y los encargados de limpieza se presentaron temprano a trabajar”. Lo cual denota que con una excelente disposición, apertura al diálogo y buena gestión, todo se puede solucionar en el marco de la legalidad. Que es lo que todos deseamos para la actual huelga que atraviesa la UADY en enero de 2015. E.R.H. eduardoruzhernandez@gmail.com. UADY HUELGA

martes, 6 de enero de 2015

REGALO DE REYES 2015


REY QUIQUE
Por Ernesto de la Fuente

Acabamos de regresar de Valladolid, una hermosa ciudad colonial enclavaba en la Península de Yucatán. Fuimos en busca de descanso, y nos encontramos una interesante historia que, si no lo hubiéramos escuchado de labios de quien la vivió, diríamos que es sólo un cuento. Resulta que una de las cosas que más nos gusta hacer en Valladolid es caminar por las noches por la Calzada de los Frailes, una calle en diagonal que inicia en un lugar conocido como “Las cinco calles”, y termina en el convento de San Bernardino de Siena, en el barrio de Sisal. Es una calle con profundo sabor colonial, pletórica de historia y de recuerdos.

Tan pronto caía el sol, mi esposa y yo nos encaminábamos hacia ahí y disfrutábamos el lento caminar por entre sus altas casas. Al llegar al parque, junto al enorme atrio del convento, nos tomábamos un cafecito en un romántico puestecito en forma de carreta de madera, que diariamente ofrecía la bebida caliente en tanto se disfruta de la noche y de un carrusel movido por los hábiles brazos de un obrero. Una delicia de momento. Los niños correteaban en el atrio y terminaban cerca de nosotros enamorando a los caballitos de madera. Las gratas noches yucatecas se llenaban de alegres risas y ruidosas pisadas. Luego, cada hora, veíamos llegar un autobús turístico que vomitaba sus curiosos visitantes que merodeaban al arte sagrado del convento.

Desde el primer día de nuestro singular periplo, nos fijamos en un ancianito que “tomaba el fresco” en una silla del parque, cerca de la cafetería ambulante, vistiendo una alba guayabera y un sombrero de los que ya no suelen verse por estos lugares. Pasado un buen rato, un silencioso enfermero, distinguible por su pulcra bata, se acercaba a él y lo ayudaba a incorporarse para luego irse caminando a paso muy lento a una cercana casa del rumbo, casi en frente de una casa maya que aun adorna los alrededores del barrio de Sisal.

El tercer día de verlo tan sólo, algo nos movió a acercarnos a él y acompañarlo. Tal vez fue que nos acabamos pronto el café o que habían demasiados niños dando vueltas en los potrillos de madera. Nos sentamos a su lado y nos saludó con una leve inclinación de cabeza. No recuerdo ni siquiera cómo comenzó la conversación, pero en breve nos estaba contando su vida. La cual, justo es decirlo, se nos hizo muy interesante.

Aunque el ancianito parecía más yucateco que el chile habanero, nos aclaró desde el principio que él era yucateco por adopción. “Tomé agua de pozo” -nos dijo sonriendo- “En la mano de la mujer más hermosa que ustedes pudiesen imaginar”. Provenía este buen hombre de lejanas tierras y por azares del destino había llegado a Valladolid en una época en que sólo se podía llegar a Yucatán en barco. “No había autobús que llegara por estas tierras, y mucho menos tren”. El avión era para ricos y había que pasar la vergüenza de tener que ser pesado, como bulto, antes de poder abordarlo. “Eran aviones de hélices, pequeños y escandalosos” -nos contó entre risas.

¿Qué vino a hacer a esta lejana ciudad? Es algo que ni él mismo lo sabe, ya que fue su padre quien lo trajo siendo él apenas un jovencito. Como no tenía gran cosa que hacer, ya que su padre se iba a realizar sus negocios en los pueblos cercanos, él se dedicaba a recorrer el lugar y, más por ociosidad que por devoción, entraba a cuanta iglesia se encontraba. En una de ellas, “la de San Juan”, descubrió a unas señoritas que preparaban niños para su Primera Comunión con la ayuda de unas graciosas monjitas, que en aquella lejana época vestían unos hábitos impresionantes que hacían temblar el calor de estas tierras. Entre la belleza de las muchachas y la singularidad de las monjas (él pensaba que sólo en los conventos vivían monjas y que nunca salían) se aficionó a ir a la mencionada iglesia. Para que no lo vieran raro, se encubrió con un rosario que compró a las puertas de la Iglesia de San Servasio.

Varios días estuvo yendo hasta que una de las religiosas se le acercó y, dada sus muestras de “piedad”, lo involucró en las actividades. Fue así como conoció a las simpáticas señoritas e hizo amistad con ellas. “Fueron tiempos hermosos”- nos dijo con una sonrisa. Claro que él ya le había echado el ojo a una chica e hizo hasta lo imposible por conseguir su atención. “Era una mujer en verdad hermosa. Llena de vida… y de fe” -nos dice suspirando. “Yo no le caía muy en gracia, ya que para ella era un vulgar huach, un simple foráneo despreciable”. Los tres nos reímos antes sus palabras. “Pero yo estaba dispuesto a todo con tal de conseguir su cariño”.

Resulta que las primeras comuniones pasaron y él siguió frecuentando la Iglesia y el grupo apostólico que habían conformado las monjitas, las cuales se habían ido a misionar a otros lugares. Su padre decidió quedarse en Valladolid, sus negocios prosperaban, y le había conseguido un trabajo para ocuparlo, pero él sacaba tiempo para ir a la iglesia a ayudar en lo que se pudiera, con tal de estar cerca de su adorada Teresa, que así se llamaba su dulce dama. El sacerdote encargado de la iglesia les había pedido que visitaran comunidades marginadas cercanas a Valladolid, pero abandonadas por las autoridades. Ya había pasado la Navidad y no encontraban una actividad que motivara a los pobladores de un lejano pueblito situado a dos horas de Valladolid por camino malo. Entonces a él se le ocurrió que bien podrían celebrar el Día de Reyes.

La idea no cayó muy bien al principio, ya que en Yucatán no estaba muy arraigada esa celebración, pero al Padre le gustó la idea. “Los santos Reyes fueron los que le llevaron regalos al niño Jesús” -les explicó el sacerdote- “Nosotros podemos hacer lo mismo”. Entonces él, para impresionar a Teresa, propuso conseguir una Rosca de Reyes. Todos lo miraron extrañados cuando dijo eso, ya que nadie en Yucatán tenía ni sabía de esa ajena costumbre, que era algo más propio del interior del país y de los migrantes españoles. Él les explicó en qué consistía y se comprometió a conseguirla, algo fuera de toda lógica dada la lejanía de Yucatán con el resto del país.

Pero don Enrique, que así se llamaba el ahora viejito, la consiguió. Fue un plan con maña, ya que su padre, descendiente de españoles, había encargado una a la metrópoli. Sólo hubo que pedir que duplicaran el pedido e ir a buscarlas a Mérida, con dos días de anticipación, en que llegaron como carga en los avioncitos. Ni que decir que aquello había costado una buena suma, pero su padre la pagó muy contento de verlo tan trabajador e involucrado en las cosas del Señor. “Luego se molestó conmigo cuando supo que mi religiosidad tenía faldas”-nos dijo muerto de risa.

Pues allá fue el grupo apostólico el 6 de enero a esa lejana comunidad campesina maya a llevar regalitos para los niños, el mensaje de salvación para los adultos y una extraña y desconocida Rosca de Reyes para la comunidad. “Tere no me quitaba los ojos de encima durante todo el camino. Claro, no era porque me hubiera aceptado, sino porque yo llevaba la rosca en una caja bien cerrada y ella se moría de ganas por verla”. El camino fue accidentado, ya que no estaba pavimentado, sino era de simple tierra y muchas piedras. “Íbamos en tres camionetas, pero acabamos en dos cuando a una se le rompió el eje. Estábamos apretujados y yo feliz de tener a Tere junto de mi”.

Su llegaba a la población atrajo la atención de todos sus habitantes. “Serían unos 150, muy pobres todos. Nos recibieron con desconfianza, aunque conocían al Cura que hablaba muy bien la maya. Fuimos a la iglesita, medio derruida, y el Padre comenzó a hablarles. Nosotros invitábamos a los niños a venir, pero ellos no se despegaban de las faldas de sus madres, unas mestizas muy serias con sus hipiles descoloridos.”

La misión no marchaba nada bien, por lo que el joven enamorado, desesperado por atraer la simpatía de su dama, le pidió al sacerdote que tradujera lo que iba a decir. “Ya ni recuerdo lo que dije ni mucho menos sé lo que el Padre dijo en maya, pero el resultado fue sorprendente. La gente se interesó por conocer el contenido de la caja. Creo que entendieron que era algo así como pan de reyes”. Al abrir la caja todos quedaron como hipnotizados por la gruesa rosca. Alguien trajo un cuchillo, y un integrante de cada familia pasaba a cortar un pedazo. “Eso fue maravilloso”-comentó el anciano- “Ni los regalos, ni la oratoria del cura lograron moverlos tanto como la rosca. La comían con devoción y tierna curiosidad, pero el clímax fue cuando salió el primer muñequito hecho de cerámica. No hombre, los chiquitos brincaban de felicidad. Todos querían un muñequito aunque sólo a tres les tocó”.

Don Enrique sonríe con beatitud. Luego se queda callado saboreando esos gloriosos recuerdos. “¿Y qué pasó después?”-inquirimos picados por la curiosidad. El anciano sonríe y nos comenta. “Pues que como vieron que yo hablé y el Cura les dijo que yo había llevado la rosca, pensaron que yo era una especie de rey que les regalaba mi pan. Y los niños me empezaron a decir: Rey Quique, ya que los compañeros por llamarme Enrique me decían Quique. Y así pasé de Huach Quique a Rey Quique”.

La historia estaba en verdad interesante y teníamos ganas de que nos siguieran contando sus aventuras en esas lejanas épocas, pero su enfermero llegó y entendimos que le quedaba poco tiempo en la banca. Don Enrique le sonrió a su fiel ayudante e hizo ademán de incorporarse para irse. Con todo, mi esposa no pudo evitar preguntarle: “¿Y Teresa?”. Don Enrique sonrío radiante: “Se casó conmigo. Nos fuimos a Mérida unos años, luego a Guanajuato, pero al final regresamos… uno siempre regresa al lugar donde fue feliz.” Y añadió con tristeza. “Por sesenta años fui el hombre más feliz sobre la tierra, pero Tere ya se fue y  me quedé aquí venerando su ausencia”.

El enfermero la sujetó suavemente del brazo y lo ayudó a incorporarse. Don Enrique se levantó, se arregló la guayabera, agarró su bastón e inclinó ligeramente el sombrero como despedida. Dio unos pasos y volteando nos dijo: “Este fiel y maravilloso enfermero es Julio, mi ahijado, hijo de uno de aquellos niños que se sacó un muñequito…

El buen hombre le recriminó dulcemente: “Vámonos Don Rey Quique, debe tomar su medicina, ya se nos hizo tarde”. Y con paso lento se fueron alejando. Mi esposa y yo nos abrazamos en tanto las sombras de la historia poblaban la fresca noche en Valladolid…