Ojo enamorado

Ojo enamorado
En tu mirada

sábado, 19 de noviembre de 2011

CRÓNICAS DE ZURHER 8

EXPANSIÓN

Por Ernesto de la Fuente, Elomnisciente

El planeta Kardas estaba frente a la RM-749, pero no teníamos contacto con sus habitantes. Todo se encontraba silencioso. Otras naves de la Confederación orbitaban el planeta intentando contactar a los puestos de comando. Nada. Era un silencio desesperante. Nos era totalmente imposible ingresar al planeta. Se habían hecho varios intentos pero las naves rebotaban como si se estrellasen contra una muralla invisible.

Por los reportes que recibimos, supimos que tres naves de los Latniuqs habían ingresado al planeta y desde ese momento toda comunicación había cesado. Las naves de vigilancia espacial las habían intentado atacar para evitar su ingreso, pero se habían quedado misteriosamente sin energía. Dos naves habían quedado inutilizadas y su tripulación había muerto. Las demás se replegaron al ver que sus intentos de ataque eran inútiles. Nada funcionaba contra esos extraños seres.

El capitán de una de las naves de la frustrada ofensiva, reportó que tal parecía que las naves latniuqs succionaban la energía de quienes pretendían atacarlas. El abatimiento entre las naves de la Confederación iba en aumento, así como el número de quienes seguían llegando tratando de entender la inactividad de quienes ya estábamos en órbita.

Rom contemplaba todo en silencio. Varios capitanes nos contactaron para saber qué haría la Confederación para defender el planeta, pero Hazler les indicó que sólo quedaba esperar. Eso produjo estupefacción entre la flota. Que el Guerrero no actuara en una batalla, era algo tan insólito como el ataque del expansivo imperio.

Tres días estuvimos en órbita esperando el desenlace del impenetrable ataque, hasta que las tres naves Latniuqs salieron del planeta y se marcharon a los confines de su imperio. Por orden expresa de Rom Hazler, nadie las atacó. Ya habían demasiados muertos, no hacía falta incrementarlos. Al fin pudimos ingresar al planeta, pero hubiera sido mejor no haberlo hecho. La destrucción era catastrófica. Todo estaba en ruinas y, por más que se revisó todo el planeta, no se encontró a ningún habitante de Kardas. Ni un cadáver, ni un despojo, nada…

Hazler solicitó un informe detallado de la destrucción. Era necesario averiguar cuál fue el lugar inicial de la misma, pero había tanto caos que llevó un par de horas ubicarlo. Descendimos cerca y Rom analizó milimétricamente el lugar. Era uno de los 29 lugares donde se había posado una nave latniuq en el planeta, pero era el único donde la destrucción era total. Y era precisamente enfrente de Laryk, la principal ciudad del planeta. Aquello no tenía comparación en la memoria de las guerras en las que había combatido. La destrucción era completa, pero no fruto de un arma desintegradora, sino más bien de millones de pequeñas detonaciones que quebraron en pedacitos, uno a uno, todas las edificaciones. Aquello quitaba el aliento.

Rom seguía examinando el lugar. Buscaba algún indicio, aunque no parecía tener sentido tratar de encontrar algo en aquel caos de restos de todo tipo. Lazú estaba muy activo desentrañando las fuentes de energía, los restos, las huellas, contrastando con las imágenes de una ciudad incomparable, de una belleza que trascendía los sistemas. ¿Cómo había sido destruido todo esto en tan poco tiempo? ¿Qué eran los latniuqs y que armas poseían?

Vi llorar a varios soldados de la Confederación que tenían familiares en la ciudad. Esta destrucción artesanal sobrepasaba todo aquello que conocíamos. El enemigo era más poderoso que nosotros y si no lográbamos entenderlo nos destruiría indiscutiblemente. Un sudor frío me recorrió la espalda. Combatir entre iguales era una cosa, pero pelear contra lo desconocido resultaba más que desesperante.

El lugar de inicio fue analizado hasta decir basta. Cada resto, huella, aroma, residuo, fue verificado minuciosamente. Más que soldados de la Confederación, nuestras tropas parecían expertas en la reconstrucción de un artero crimen. Todos colaboraron peinando los restos de la otrora inmensa ciudad. Nadie quiso quedarse con los brazos cruzados, aunque a nadie le quedó claro en que nos podría ayudar saber cómo fue destruida Laryk.

La tarea nos llevó una semana de intenso trabajo. Se trajo el mejor equipo y se reconstruyó holográficamente la ciudad. Se evaluó la fuerza de los impactos que destruyeron las edificaciones y todo el entorno. Fue un período de locos. Al final, se le entregó a Rom el resultado y éste lo analizó con la plana mayor del Comando de Defensa. Estuve presente en la reunión y puedo decirte que, en pocas palabras, lo único que quedó claro es que todo fue destruido, pero no cómo.

Mil hipótesis surgieron pero ninguna explicaba la ausencia de una defensa concreta por parte de los habitantes. El planeta tenía sólidas defensas, numerosas tropas, las mejores armas, pero todo apuntaba que la destrucción había sido unilateral, progresiva y sin ninguna evidencia de utilización de armas defensivas por parte de los habitantes. Los exterminaron sin que opusieran resistencia. O al menos eso indicaba la evidencia.

Terminada la junta se contactó al Presidente del Consejo Supremo, Xile Drago, para informarle de los decepcionantes hallazgos. Rom habló con él en el Zednem de una nave de Comando. El Holograma Vernadeano de Drago lo mostró muy envejecido, como si el informe le estuviera consumiendo la vida. Y no era para menos, un planeta entero había sido devastado, millones de vidas se habían perdido y un peligro incontenible amenazaba a toda la Confederación.

La pregunta con que concluyó la reunión siguió resonando en mis oídos cuando nos alejamos del arrasado planeta Kardas en la RM-749: “¿Cómo vamos a detenerlos?”.

sábado, 5 de noviembre de 2011

CRÓNICAS DE ZURHER 7

ESCLAVOS DE LA HECATOMBE

Por Ernesto de la Fuente, Elomnisciente

Después de que salimos del sistema Aaragón, Rom se quedó profundamente callado y, aunque no fijó rumbo, yo me dirigí a los Sistemas Planetarios limítrofes con el Imperio Latniuq. Sabía la importancia de cumplir la encomienda del Consejo Supremo de la Confederación Galáctica, de establecer defensas para evitar una futura invasión. No obstante, eran bastante los posibles objetivos de una invasión ¿a cuál de ellos escogerían los Latniuq si decidían empezar?

Rom estaba muy callado, entre dormido y meditando. No me atreví a interrumpirlo. El encuentro con el etrum Syod lo había perturbado profundamente. No me había dicho una palabra y yo respeté su silencio. Ante la indecisión detuve la nave en el espacio en un punto intermedio. No me atreví a reportar al Consejo nuestra posición, y que eso implicaría una constante intromisión en nuestra silenciosa espera.

Lazú, nuestro ordenador límbico, emitió su característico zumbido y Rom se incorporó abruptamente de su litera. Me miró afectuosamente y me dijo sin mayores preámbulos:

-Los etrum son esclavos bestias de los Latniuq, seres atormentados que solamente saben obedecer a sus amos y destruir todo aquello que tengan enfrente.

Lo miré sin acabar de comprender, pero él siguió hablándome. Luego entendería que no sólo me hablaba a mí, su amigo, si no que también lo hacía para que quedara registro en las Crónicas.

-¿Recuerdas nuestra visita al planeta Nobedet? Ese planeta ha sido saqueado por décadas por el Imperio Latniuq. Han secuestraron a las mujeres embazadas de varones para conformar su pavoroso ejército de etrums. Los crían como guerreros irracionales  para utilizarlos como sus peones de ataque en sus incursiones.

Me quedé mudo ante su explicación. Intercambiamos miradas y completo la duda que encontró en mí.

- Syod era un etrum. El explorador espacial Roznev Al Pastrany lo encontró agonizante en el planeta Nobedet. Los Latniuq lo abandonaron al darlo por muerto cuando fue herido por los habitantes que defendían a sus mujeres.

Y añadió como si se lo explicara para sí mismo:

-Debe haberle costado muchísimo trabajo curarle sus heridas emocionales. Imagina un ser que sólo haya recibido odio como alimento emocional desde pequeño…

Se me heló la sangre de pensar cómo los perversos Latniuqs los utilizaban para atacar y secuestrar a sus mismos parientes de sangre del planeta Nobedet. Y una candente duda me hirió el corazón:

-Pero Rom ¿qué hacen los Latniuqs con las mujeres después de que dan a luz? ¿Para qué las quieren?

El me miró con esos sus profundos ojos anaranjado oscuros y me dijo con tristeza:

- Las conectan a unas máquinas para mantenerlas inconscientes y puedan ser utilizadas para amamantar a los niños. Los Latniuqs se dieron cuenta que la tasa de mortandad de los críos eran muy altas si no procedían de esa forma.

La imagen de lo que me decía simplemente me repugnó. Rom concluyó:

-Y cuando ya no les sirven esas mujeres las desechan. Pero por lo que me dijo Syod, pueden quedarse incrustadas en esas máquinas por varios años.

El silencio se hizo entre nosotros en tanto mi amigo y tutor manipulaba el panel de controles para trazar un nuevo rumbo a la nave.

-Pero eso no es todo Milekañadió afligido- Syod me permitió ver que los Latniuqs poseen una esfera de energía de gran poder. Es como un dios para ellos y es, además, su mejor arma. Es algo contra lo que no tenemos forma de protegernos.

Un indicativo de alerta se encendió en el tablero. Lazú inmediatamente tradujo el mensaje que nos llegaba del Comando de Defensa.

-Están atacando el planeta Kardas. Es el Imperio Latniuq que se expande. Tal y como lo previeron los zurheranos- le informé a Rom.

Me di cuenta, ante mi asombro, que Hazler ya había trazado el rumbo.

-No hay mucho que podamos hacer –sentenció- Sólo nos queda llegar a evaluar los daños y prever su siguiente ataque...

La RM-749 enfiló rumbo al planeta Kardas, en tanto que yo pensaba en un extraño varaquiatero que había sobrevivido a la perversidad de esos extraños seres, los cuales, en este momento, estaban rompiendo la armonía de la Confederación Galáctica y la de millones de seres.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

CRÓNICAS DE ZURHER 6

ENCONTRANDO A SYOD

Por Ernesto de la Fuente, Elomnisciente


Debo confesar que no estaba preparado para lo que vi esa noche en el planeta Aaragón. Tan pronto el varaquiatero del monte Sohta nos presentó a esa extraña y repulsiva creatura llamada Syod, se produjo un tremendo revuelo que nos dejó aturdidos a todos. Bueno, a todos menos a Rom. El repugnante etrum emitió unos chillidos que me helaron la sangre y corrió más rápido que un ateek en la estepa del planeta Akairfa. Mi entrenamiento de soldado sólo sirvió para hacerme a un lado y echarme al suelo para evitar ser arrollado por tan desenfrenado ser. El varaquiatero estaba aún más asombrado que yo, ante la reacción de su trabajador, y miraba con ojos aterrados como el rebaño de plácidos animales se movía nervioso y corrían de un lugar a otro de su enorme establo.

Rom corrió en pos del descontrolado Syod, perdiéndose entre las sombras de la noche y los alaridos de todo tipo de bestias, ya que hasta el wakachi se había alebrestado salvajemente. Con cierta vergüenza debo revelar que perdí unos segundos en recuperar la compostura y echarme a correr detrás de mi amigo. Blandí mi arma dispuesto a desintegrar al asqueroso bicho, que sentí representaba un enorme peligro para cualquiera que se le acercara. Corrí un buen trecho guiándome únicamente por los sonidos de la persecución. La agilidad de Rom era en verdad envidiable y, pese mi juventud, no me fue posible alcanzarlos si no hasta que se detuvieron.

Llegué en el momento en que Rom acorralaba a Syod. Ambos comenzaron a emitir unos terribles sonidos y a mostrar sus fuerzas, en una extraña danza de intimidación. Me quedé a lo lejos mirando, pero con la mano dispuesta a utilizar mi arma. Entonces, la extraña creatura se fue tranquilizando poco a poco hasta permitir que Rom le pusiera la mano en el hombro. En ese momento depuso completamente su actitud agresiva y sufrió una enorme transformación. Más parecía un tierno omrim, que el salvaje animal que habíamos visto gruñir y correr entre las sombras de la noche.

Rom se sentó con él entre la vegetación y me hizo señas para que me acercara despacio, sin mostrar hostilidad. Guardé el arma y me aproximé muy lentamente a la espalda de mi amigo. Hazler me quitó la bolsa, que siempre llevo conmigo, y obtuvo una pequeña luz de calor, para iluminar suavemente el lugar. Luego sacó nuestras provisiones y se las ofreció al cambiado Syod, quien las husmeó con curiosidad de niño hasta que encontró algo que le pareció apetitoso. Rom le ayudó a servírselo y el desagradable sujeto sonrió por primera vez. Bueno, entendí que era una sonrisa, porque más parecía un tosca mueca de amargura. Su rostro no daba para mejores expresiones. Parecía estar hecho para expresar únicamente emociones negativas como odio, furia, agresión y una profunda amargura. La dulzura, la bondad y la alegría, no parecían tener cabida entre sus toscas facciones. No obstante, debo reconocer que hacía un grotesco esfuerzo por expresarlas.

Rom siguió tranquilizándolo y emitió unos sonidos consoladores, no sé si aleccionado por Lazú, ya que yo nunca se los había escuchado. El etrum le miró con mansa obediencia y se recostó entre la hierba en tanto emitía unos pequeños balbuceos.  Rom le puso la mano en el hombro y le dio unos ligeros golpecitos que terminaron por apaciguarle completamente. La estampa era tan contraria a lo que había visto al conocerlo, que me sentí confundido. Pero para mi amigo aquello parecía de lo más normal. Comenzaron a conversar en un lenguaje de pequeños gruñidos que Lazú no me supo traducir, así que me quedé a la expectativa por si algo se ofrecía.

No sé cuándo me dormí, algo fuera de toda lógica en mí que estoy entrenado para permanecer alerta. Luego comprendí que había sido víctima del apaciguamiento de Hazler, quien no sólo había tranquilizado a Syod si no al entorno también. No me preguntes cómo lo hace, porque es algo que no termino de comprender. Conozco a Rom de toda mi vida y hay tantas cosas que desconozco de él, que aún yo mismo me asombro. El amanecer me despertó. Rom cuidaba mi sueño y el del etrum. Estaba muy serio, perdido en sus cavilaciones. Detectó mi conciencia y me sonrío, con aquel gesto tan suyo que denotaba su gran afecto hacia mí. Me sentí avergonzado por no haber podido estar a su lado cuidándolo en esa noche peligrosa, pero su risa despejó mis vergüenzas.

Syod despertó y Rom lo ayudó a incorporarse. La creatura, que ya no se me hacía tan repulsiva, lo miró como un niño mira a su padre. Él lo abrazó en un gesto de afectuosidad protectora que me desconcertó. Luego los tres nos encaminamos a la granja de varaquiats. Ahí nos esperaba el hombre con su wakachi. Estaba verdaderamente preocupados por nosotros. Me causó gracia ver su cara de asombro cuando nos vio llegar con su "afectuoso" trabajador. El etrum lo saludó como si nada hubiera pasado y, con pasmosa agilidad, entró al enorme corral. Las varaquiats no se inmutaron con su presencia. Acarició a los animales y les limpió los hocicos. Era en verdad asombroso ver como se movía entre ellos. Se veía como un miembro más del rebaño, no como un ser ajeno.

El varaquiatero nos preguntó por lo que había acontecido en la noche, explicándonos que jamás lo había visto comportarse así en los varios años en que lo había servido. Era un excelente trabajador, nunca le daba problemas, y la única paga que requería era un lugar donde dormir y la comida para su sustento. El ese momento Syod se acercó para ofrecerle a Rom su exquisita comida: orejas de Varaquiats. Estos animales poseen seis orejas, tres por cada lado, y tienen la particularidad de poder reemplazarlas si por algún motivo, el hambre del etrum, las pierden. Eso sin contar que producen un líquido nutritivo muy rico para alimentar a sus pequeñas crías, además de que su carne tiene un sabor muy dulce y nutritivo.

Rom aceptó de buena gana el obsequio y se comió la oreja ante los ojos agradecidos de Syod, quien también devoró la suya. Agradecí que no me invitara a mí. El varaquiatero se limitó a verlos bastante sorprendido. Nos invitó amablemente a su casa donde nos aseguró que su esposa había cocinado una deliciosa comida, pero Rom declinó amablemente su oferta. Abrazó a Syod, quien con lágrimas en los ojos regresó al corral a cuidar a sus amadas varaquiats, y despidiéndonos del sorprendido hombre, abordamos la RM-749 y nos alejamos del Sistema Aaragón. Reporté nuestra salida al Centro de Comando del Gobierno pero no solicité autorización para irnos, lo cual, estoy seguro, los habrá enojado sobremanera, ya que nunca pudieron detectar que bajamos en el monte Sohta; y nuestro varaquiatero se cuidó mucho de nunca informar de nuestra presencia, para no perder a tan invaluable trabajador que no pedía a cambio de producirle una enorme riqueza,  más que una destartalada casa, orejas de varaquiats y paz, mucha paz.