Ojo enamorado

Ojo enamorado
En tu mirada

sábado, 6 de enero de 2024

 REGALO DE REYES 2024 

ROSCA SECA 

Por Ernesto de la Fuente


“Seguiría esas caderas hasta las puertas del infierno”

Repite la frase que ha encontrado en una vieja plaquette donde publicaba cuentos con sus amigos escritores. ¿Cuántos años han pasado? No lo recuerda. Es lo malo de la vejez, uno va perdiendo todo, incluso la memoria.

No obstante, aún queda la vaga sombra de aquellas plumas que, cual espadas de mosqueteros, acudían presurosas a las reuniones literarias para verter sus negras tintas. ¡Cuántas veces no rieron y riñeron, royendo impresionantes e impresentables historias cortas!

Pero lo que el amor a la tinta unió, el tiempo se encargó de desunir. ¿Quién les iba a decir que eran tan frágiles antes impredecibles eventos epidemiológicos? Un pequeño virus pudo con ellos y les desbarató la vida. Y ahora, nuevamente, el ciclo calendárico repite el tan aciago día, el último en que se congregaron. Conserva destellos de la reunión: la risa de las bellas musas, la necedad de los viejos mañosos, la ocurrencia de los jóvenes incautos y, sobre todo, el silencio que se hizo cuando leyó su cuento, aquel nefasto engendro literario que les robaría el futuro.

¡Claro, no podía faltar la Rosca! Era una tradición impuesta por el cumpleaños de alguien, ¿o era por un aniversario? No sabía. Lo que no puede olvidar es el sabor de aquel pan. Todavía conserva el simpático muñeco que salió y que tanta risa causó a todos porque se trabó en su prótesis dental.

¡Cómo nos reímos! —se dijo a sí mismo en voz alta.

Otra vez el 6 de enero, pero no hay con quien reunirse. Hay roscas por todas partes, pero no hay con quien cortarlas.

Revisa las carpetas con desesperación hasta que encuentra la foto. La musa egregia la tomó, porque la musa docta no era de fotos, menos la afligida y mucho menos la jacarandosa. ¡Qué bien se ven todos sonrientes!

—Papá, ¿Vas a querer que compre la rosca de Reyes? —mira a su hija sin muchos ánimos— ¿O acaso al fin te vas a comer el pedazo de rosca del congelador?

—¿De qué estás hablando? —pregunta extrañado.

Su hija toma aire y le explica con suma paciencia. Se nota que no es la primera vez que se lo dice.

—Ese pedazo que trajiste de una reunión hace unos años y que dijiste que algún día te lo comerías.

—¿Cuál? —no parece entender.

—Vaya contigo padre. ¿Ves ese refrigerador nuevo que le compraste a mamá antes de que se nos fuera? Lo compraste porque cada semana quería tirar el recipiente con tu rosca. Decía que ocupaba un espacio que ella requería. Por eso lo compraste. ¿No recuerdas?

Mueve la cabeza confundido. Detesta esa muletilla que ella siempre repite: “¿no recuerdas?” Es obvio que no recuerda. Tal parece que ella cree que le gusta jugar a las malditas adivinanzas con su pasado.

Su hija saca el recipiente del congelador y se lo muestra. Él lo mira con interés. Un breve destello, cual cometa Halley, cruza su memoria. Sí, la rosca de la última reunión. Las risas, los abrazos, los dulces besos… y la tos, una tos a la que no le dieron importancia…

—Por mí no compres rosca —afirma categórico para después con dulzura suplicar: —¿me la calientas en el horno por favor?

Su hija pone cara de asombro, pero no replica. Abre el recipiente, le quita el papel aluminio al pan y lo introduce al horno de aire caliente. Duda en la programación del tiempo, pero finalmente lo hace al azar.

—Será como descongelar una piedra, pero allá tú —dice con una media sonrisa.

Él sonríe por primera vez en mucho tiempo. Le viene a la mente una historia que le contó su padre hace muchísimos años. Algo que sucedió en la tundra rusa, donde encontraron un mamut perfectamente congelado y lo destazaron para comerlo. ¿Comería una rosca-mamut del Pleistoceno?

Se sentó en la cocina en tanto seguía observando la foto. ¿Por qué sus recuerdos parecían ser fruto de sueños febriles? Evoca voces, aromas, palabras, sonrisas, silencios y, sobre todo, ese profundo afecto que se tenían. Cierra los ojos y trata de capturar los escurridizos recuerdos que lo evaden. Un verdadero tormento el esfuerzo. Derrotado, se dirige a su hija lleno de angustia:

—Niña, ¿por qué no puedo acordarme de las cosas? ¿Qué demonios me sucede? Siento como si tuviera un agujero en la memoria y mis recuerdos huyeran despavoridos como caballos desbocados ante un fiero león.

Su hija lo mira con tristeza y le dice algo que, de alguna forma, él ya sabe que se lo ha repetido muchas veces con anterioridad:

—Papá, tienes principio de Alzheimer. Por eso te sucede lo de la memoria. Se te presentó después que te enfermaste de Covid 19 —se muerde los labios y con lágrimas remata— El médico dijo que podía ser una secuela, pero no lo recuerdas…

Se queda callado. Tiene un caos en el cerebro y su memoria es como la Biblioteca de Alejandría siendo incendiada. ¿Quién fue el maldito que la quemó?

Un timbre suena y la hija saca con pinzas de metal el pedazo de rosca y se lo sirve en un plato. Él se queda mirando el pan: sí, parece un ladrillo cocido. Hace ruido con la garganta, emulando un zumbido.

—¿Qué pasa? Ahí está lo que me pediste —objeta la hija

—Sí, pero no está completo.

—¿Qué le falta? —pregunta su primogénita extrañada.

—Le falta un buen café. ¿No ves que está muy seca?

Su hija sonríe y le prepara un delicioso café en su vieja y enorme taza. Dos dedos de leche, deslactosada light, agua hirviendo al tope, y una cucharada rebosante de café arábico soluble. Se lo sirve humeante.

—¿Está Café? —preguntó el hombre con desconfianza.

—¡Por supuesto! ¡Caliente, Amargo, Fuerte y Enorme! —recalca ella divertida.

Ambos esbozaron una sonrisa cómplice, rememorando la anécdota en que su padre cambió la última palabra de café de “Escaso” a “Enorme”. Seguramente la tía abuela que se lo decía se revuelca en su tumba al escucharlo. Se alegra que recuerde el viejo chiste familiar. Un par de lágrimas se escurren por sus mejillas.

En tanto, el padre remoja la añeja rosca en el café y añade:

—Un buen pan siempre pide a gritos un buen café…y más cuando se come en honor a los buenos amigos que ya no están…

 


viernes, 6 de enero de 2023

ROSCA DE REYES PARA MIS LECTORES

 

REGALO DE REYES

 

Por Eduardo Ruz Hernández

 

Corta la rosca de reyes con ilusión. Nada le gusta más que el prodigio de encontrar un muñequito escondido entre el delicioso pan.

—¡Nada! No hallé nada — se queja amargamente con su esposa, que lo mira divertido ante su ritual anual.

— Bueno, ¿Qué esperabas? No siempre tiene que salirte el muñequito

— ¿No entiendes mujer? Los pocos años que no lo hayo algo malo nos sucede. Recuerda en el 2004 en que me rompí la pierna, y el 2010 en que te operaron de urgencia y casi te mueres.

— No entiendo que tiene que ver una cosa con otra.

— Están relacionadas. El muñequito me asegura las bendiciones del niño Jesús. Además, cada año lo encuentro. Es una tradición.

La mujer lo mira resignada en tanto piensa que la vejez lo está dejando cada año más chalado.

— No pierdas la esperanza. Recuerda que hoy vamos en la noche a casa de nuestro hijo. Puede ser que ahí te saques al fin tu anhelado muñeco.

Ahora es su esposo quien mueve la cabeza.

— Vas a ver que no. Algo malo nos sucederá este año.

 

* * * * * * *

 

El sol se va deslizando lentamente y los esposos llegan a casa del hijo amado. La nuera está atareada haciendo chocolate, como sabe les gusta a sus suegros.

— Les prevengo que papá anda de malas.

— ¿De qué? — pregunta intrigado el hijo.

— Por el muñeco que no le salió en la rosca de la casa. Está empecinado en unir su destino a encontrar un muñeco en la rosca.

El hombre no dice nada. Se sienta taciturno en la mesa y ve en silencio los preparativos y el parloteo de su esposa con su nuera. El hijo saca la rosa de la caja de cartón y la asienta sobre la mesa, en tanto acomoda los platos, tazas y cubiertos.

— ¿Dónde compraste esa rosca? — se ve diferente.

— Un amigo las hace. Está hecha con harina de almendra, zumo de naranja, arándanos, nueces, semillas y especias.

El padre mira aquello no muy convencido. Cuando comienza el convivio se abstiene de cortarla, dejándole a los demás la iniciativa. Uno a uno van cortando el sabroso pan, pero a nadie le sale muñeco.

— Vamos papá, solo faltas tú — lo invita el hijo.

Renuente, el hombre toma el cuchillo y corta un buen pedazo, y sin esperar más lo abre para ver si hay niño escondido adentro: ¡Nada!

— Ya ves mujer, te lo dije. No me saldrá este año el escurridizo muñeco.

La esposa opta por no contestar y decide seguir la conversación con la nuera, que es como una hija para ella. El padre se queda callado, concentrado en degustar la rosca.

— Está muy buena hijo, te lo agradezco mucho.

El hijo lo abraza tratando de darle ánimos. Sabe que su papá tiene ciertas mañas, pero ha tratado en todo momento de ser un buen padre. La noche avanza y la nuera decide cortar la rosca en pedacitos para poder guardarla mejor en un recipiente y no dejarla para festín de las omnipresentes cucarachas.

Al hacerlo, se hace notorio que no hay muñeco alguno en el resto del pan.

— Hijo, te estafaron. Esta rosca no tiene ningún muñeco.

El hijo hace silencio y mira a su padre sopesando lo que debe contestarle.

— Es verdad. No tiene porque le pedí a mi amigo que no le pusiera.

— ¡¿Cómo?! —reclama el padre.

Por toda respuesta el hijo atrae a su mujer hacia él y les dice a los padres:

— No necesitamos muñeco en la rosca, papá.

— ¡¿Por qué?! Sabes que es una tradición en nuestra familia.

— Porque mi esposa ya salió premiada con uno.

La madre grita de júbilo y el padre, asombrado, con lágrimas en los ojos, exclama:

— Hija, esta rosca trajo el mejor muñeco. Este será un año maravilloso.

sábado, 26 de marzo de 2022

AÑORANZA

 



FE DE ILUSOS

A Ucrania con profundo respeto. 

Por Eduardo Ruz Hernández


Aquel país, de larga política de neutralidad, se da cuenta que el mundo ha cambiado tanto que ya no está a salvo. Si bien cuenta con un ejército bien puesto, armamento convencional moderno y una orografía complicada que los favorece completamente, no está preparado para el cruento tipo de guerra que ahora se practica. El enemigo no se ensucia las manos haciendo que sus tropas terrestres, blindados y soldados, caigan tratando de tomar ciudades fortificadas. La aviación enemiga tampoco se pone en riesgo antes las bien puestas defensas que lo derribaban todo. Todo eso ha quedado atrás. Ahora misiles hipersónicos destruyen las ciudades y, cuando ya no queda nada en pie, se mueven los blindados para terminar de aplastar a los sobrevivientes. ¿Qué hacer ante aquellas armas que viajan a velocidades vertiginosas?

El avance de los ejércitos enemigos es inexorable. Lentamente se van comiendo todos los países vecinos y pronto llegaran a la frontera con su estela de caos y destrucción. Las principales autoridades se reúnen con la comunidad científica. Debe existir alguna forma de parar aquella execrable forma de destrucción. Todos opinan y cada quien dice lo que la lógica les dicta: construir misiles del mismo tipo para detenerlos en el aire. Imposible, son inalcanzables. Destruirlos desde sus bases. Impráctico, las bases están a cientos de kilómetros y pueden dispararse desde vehículos en movimiento, aviones, barcos y hasta submarinos. Construir un arma peor y atacar primero. No, va contra la naturaleza de la nación, sin contar con que no disponen de semejante tecnología. Murmullos, gritos, desesperación. Comienza el discurso de la rendición, tratan de salvar la dignidad del país preservando la esencia de su nación. Todos hablan, pero finalmente caen en la cuenta de que al enemigo no le importa nada de eso. Ya lo ha demostrado en Ucrania. La única forma de morir es peleando. Cualquier rendición o negociación siempre termina en la asimilación, esclavitud y destrucción de los pueblos.

Un gran silencio se hace.

—Solo queda cavar y sobrevivir como topos bajo tierra — sentencia el secretario de defensa.

Cuando todos parecen estar de acuerdo, resignándose a su cruel destino de exterminio, una suave voz se escucha. Un hombre muy delgado, de pelo revuelto, grandes anteojos y totalmente desconocido habla:

—Hay una opción, algo complicada, pero puede funcionar.

Un grupo de científicos lanza un bufido al reconocer quien habla. Es un hombre con ideas locas, gran inteligencia, pero nulos resultados: un pobre iluso. Expresiones de desagrado, descalificaciones, burlas plenas.

El presidente los hace callar:

—Cualquier idea es buena, por más disparatada que sea, si nos permite sobrevivir como nación…

Aquel hombre habla y bosqueja a grandes rasgos una manera de evitar el daño de aquellos cruentos misiles y la destrucción de las hermosas ciudades de su egregio país.

 

Llegan a la frontera. Avisan a las autoridades de aquel otrora país neutral que deben deponer las armas y rendirse si quieren sobrevivir. Silencio. No hay respuesta alguna. La frontera está fortificada y sus defensas a la vista, como indicando contra qué se enfrentarán si osan entrar. Avisan al comandante en jefe.

—Es de esperarse. Son necios, pero ya se comerán su orgullo cuando les llueva fuego del cielo. Deles un plazo de cinco horas y terminado el mismo comience el bombardeo de sus principales ciudades. Que no quede piedra sobre piedra.

Proceden a informarle a las silenciosas autoridades que deben rendirse en cinco horas o enfrentar la devastación de todo. Nadie responde. Siguen transmitiendo la orden cada quince minutos en todas las frecuencias y en los tres idiomas que se hablan en la región.

El tiempo pasa. Conforme se acerca el fin del plazo, las tropas invasoras se acomodan. Parece que van a disfrutar un espectáculo cinematográfico. Se verifican las coordenadas de las ciudades y programan los misiles. El armamento está listo para comenzar la función.

Al prescribir el tiempo se escucha la voz del comandante en jefe:

—Procedan.

Segundos después las estelas de luz cruzar el cielo. Imposible seguirlas, son tan rápidas que el ojo solo puede captar el lugar por donde ya pasaron. La tropa está a la expectativa esperando los estruendos, pero extrañamente nada ocurre. No escuchan las explosiones ni ven la devastación en forma de nubes, luces o fuego. Nada.

Los misiles siguen cruzando el cielo y el silencio de los blancos los intriga. ¿Qué demonios sucede?

—¡¡Estamos siendo atacados salvajemente!!¡¡Nuestra capital está ardiendo!! —grita irritado el comandante en jefe desde la capital del imperio invasor.

Llegan confirmaciones de las principales ciudades del enemigo. Han recibido poderosos impactos que devastaron todo. No comprenden qué está pasado. Sus satélites no han detectado ningún lanzamiento. Solamente los suyos. Para colmo, las ciudades que ellos han atacado están intactas.

—¡Esto no lo podemos permitir! ¡Destrúyalos completamente! —ordena perentorio totalmente de sí.

Se lanzan los misiles más potentes. En un parpadeo cruzan encima de las cabezas del ejército invasor, pero no hay impactos. La comunicación con el cuartel general se corta. Su capital ha sido completamente destruida. Están anonadados. ¿Qué ha pasado?

 

—¡Funciona! —gritan todos eufóricos. Nadie creyó que resultaría, parecía una locura, pero es un éxito total. El país está intacto y el enemigo se ha destruido a sí mismo.

El presidente, emocionado, abraza al delgado científico. Todavía no termina de creerlo.

—No entiendo cómo funciona su Campo de Intercambio Espacio-Temporal, pero lo consiguió. ¡Es usted un héroe! ¡Ha hecho algo extraordinario!

El hombre sonríe. Parece que ni él mismo se lo cree. Un aplauso atronador llena el lugar sobrepasándolo todo.

—Hay que reconocerlo —dicen sus pares— Hace falta tener la fe de los ilusos para conseguir el éxito.

Ellos también aplauden a rabiar.

El escuálido científico agrega humildemente.

—Solamente les devolví el mal que ellos mismos crearon. No tiene mayor ciencia…

 

 

jueves, 6 de enero de 2022

REGALO DE REYES 2022

 


Jueves 6 de enero de 2022.

 

EL FESTEJADO

Por Eduardo Ruz Hernández


La Rosca de Reyes debe siempre compartirse. Es algo que me enseña mi madre. Por eso, cuando en un café de la Plaza de San Marcos, en Venecia, estoy sentado en la única mesa disponible, no dudo en compartirla con una mujer que espera un lugar para sentarse.

Ella se niega, pero basta que le muestre el pan que llevo en una caja para que finalmente acepte. Los dos estamos de turistas y los dos, coincidencia de coincidencias, tenemos añoranza de nuestra tierra en ese bendito 6 de enero. Nada da más nostalgia que pasar días festivos en tierras lejanas.

Pedimos dos cafés con crema y nos disponemos a cortar la rosca, más bien un roscón español, con un pequeño cuchillo. El pan es una delicia culinaria de la repostería italiana dirigida a los numerosos turistas ibéricos. No soy español, pero aprovecho la maravillosa oportunidad para rememorar una añeja tradición familiar.

Debo confesar que primero comemos y después hablamos. Tanta es nuestro deseo de degustar nuestra nostalgia. Intercambiamos nombres y un breve repaso de nuestras actividades. Ella me dice, entre risas, que piensa que soy alemán o francés. Mi altura, barba y bigote, la confunden, amén de que por pasar largas temporadas dentro de archivos y bibliotecas mi piel es muy pálida. Pienso que es británica: de estatura mediana, piel bronceada, ojos azul grisáceos, hermoso pelo color negro azabache, habla un inglés deliciosamente perfecto. Para acabar de complicarlo todo, hablamos en italiano hasta que nos enteramos que somos originarios del mismo país. Es de risa.

Partir la rosca rememora situaciones familiares entrañables, al menos para mí. A ella la rosca le recuerda una abuela con quien solía pasar las fiestas de fin de año. Como yo soy el más nostálgico, me pregunta que tantos recuerdos me trae ese redondo pan. Con una sonrisa despliego un recuerdo muy especial, cuando mi madre me lleva a partir rosca con una provecta amiga suya, maestra de toda la vida, por quien siente un singular afecto.

Tendré siete años y aquello no implica nada interesante para mí. Vive la maestra en una pequeña casa en un rumbo alejado y hay que abordar un vetusto autobús para ir. Llegamos al comenzar la tarde y nos recibe con gran alegría. Hay un pequeño jardín, lleno de rosales, cuatro sillas de un vetusto comedor y la pequeña rosca encima de la mesa. Me sirve un vaso de leche con chocolate y alaba mi buen aspecto. En tanto, yo estoy más interesado en encontrar a su gato: un enorme felino color de caramelo llamado Turandot, que no tiene mucha simpatía por los niños.

Mirando por todos lados encuentro rápidamente el modesto Nacimiento sobre un mueble y un minúsculo arbolito a cuyos pies descansa un regalo bien envuelto. Habiendo pasado tantos días desde Navidad, día en que en mi ciudad se acostumbra dar los regalos, me extraña sobremanera aquel descubrimiento. ¿Quién no ha recogido su obsequio?

No encuentro al gato y regreso decepcionado a la mesa donde mi madre conversa alegremente con la gentil anciana. Después de un diálogo ininteligible para mí, al fin se levanta la anfitriona y regresa con un enorme cuchillo y tres platos. Me ceden el turno de cortar y saco, sin mayor esfuerzo, el único muñequito de la rosca. Al fin encuentro algo con que jugar. Sigue un tiempo interminable en que veo la televisión en tanto continúan la interminable plática.

Al llegar la hora de irnos, no puedo evitar preguntarle a la veterana educadora el motivo de aquel regalo abandonado a los pies del árbol. Ella suelta una alegre carcajada:

—Es el regalo del festejado.

Quedo desconcertado. ¿Qué festejado? Viendo la extrañeza dibujada en mi rostro, aquella gentil viejecita me conduce hacia la luz.

—A ver, ¿Qué festejamos en Navidad?

Como dándome la respuesta, me señala disimuladamente el humilde pesebre.

— El nacimiento de Jesús —respondo con aplomo.

—Pues bien, ese regalo es el que cada año dejo para él.

Aquello me deja perplejo. ¿Acaso el niño Jesús viene por su regalo? Eso nunca me lo ha dicho mi madre. Viendo mi confusión, vaya que sí es una excelente maestra, me explica:

 —El niño Jesús siempre agradece su regalo, pero como es muy generoso me pide que se lo ceda a un niño que en verdad lo requiera. Este año voy a aprovechar tu visita para pedirte el favor que tú lo entregues.

—¿Cómo voy a saber a qué niño dárselo? ¿El niño Jesús me lo dirá? —pregunto aterrado.

—¡Ah! ¡Tú vas a saberlo dentro de tu corazón! ¡No te preocupes!

Salgo de la casa llevándome un regalo que no tengo ni la más remota idea para quién será. Menudo problema. Mi mama camina a mi lado sin decir nada. Abordamos el autobús y cuando llegamos me hace caminar por diversas calles comerciales. Parece necesitar comprar algo.

—¿No se te ocurrió que el regalo podría ser para ti? —cuestiona mi compañera de partición de rosca— ¿Acaso eres tan inocente?

Tengo que admitir que sí. Nunca se me ocurrió. Recuerdo caminar con aquel paquete estrujándome una y otra vez la cabeza en tanto trato de adivinar a quién se lo entregaré. Pasamos junto a un mendigo que pide dinero y considero seriamente dárselo, pero no es un niño. Vemos algunos desventurados más pero tampoco califican para ser los afortunados.

Me están comenzando a doler los brazos cuando escucho el llanto de un infante. En la calle de enfrente hay una madre con su hija junto al escaparate de una tienda. La niña, menor que yo, llora a moco tendido en tanto la madre hace todo por apartarla de la vidriera para llevársela. Inútil, parece una pequeña boya atada al pavimento.

Miro a mi madre —ella me devuelve la mirada— y cruzamos la calle acercándonos a ellas. Me tiemblan los brazos. No tengo ni idea de qué hacer. Mi madre le pregunta algo a aquella señora y yo, como poseído por una extraña fuerza, le entrego el regalo a la chiquilla. La creatura queda paralizada y se le congela el llanto en la garganta. Mi madre me jala del brazo y nos alejamos rápidamente del lugar.

Estoy tan perdido en mis recuerdos que no me doy cuenta de la mirada asustada de mi compañera de café y rosca. Sorprendido, me disculpo sin entender por qué. No me contesta y estalla en llanto. Atolondrado me siento avergonzado. La gente nos ve pensando estar siendo testigos de algún tipo de violencia doméstica. La situación se pone peor cuando el mesero se acerca visiblemente preocupado por mi acompañante.

Ella tranquiliza al mesero con la mano. Sorpresivamente se levanta y me abraza con tanta fuerza que casi me tira de la silla. Lo siguiente que recuerdo es a los demás comensales estallando en aplausos. El universo se transforma cuando ella me dice pletórica de dicha:

—Yo soy esa niña.

Todas las mañanas del día de Reyes, después de cortar la rosca, contamos esta historia a nuestros hijos. Nunca se cansan de escucharla. El festejado también sabe dar muy buenos regalos.

miércoles, 6 de enero de 2021

REGALO DE REYES 2021

 


Miércoles 06 de enero de 2021.

 

 MUÑEQUITO SINIESTRO

 

Por Eduardo Ruz Hernández

 

Don Sebastián Escudero y de la Rocha mira anonadado el plato que tiene enfrente. En él reposan los restos del pedazo de rosca de Reyes que le ha tocado. Ahí, entre las migajas, un muñequito siniestro acecha. ¿De dónde demonios salió semejante engendró? ¿Dónde está el tierno niño Jesús que debió salir victorioso entre la harina de trigo fermentada y deliciosamente horneada? Mira alrededor observando a su esposa y a su nieta que conversan animadamente. Cómo extraña las tumultuosas reuniones familiares que eran la alegría de su vejez. Ya no puede ver a sus hijos y menos a sus nietos. Solamente convive con su esposa y su descocada nieta a quien la pandemia tomó por sorpresa visitándolos.

Don Sebastián deja las divagaciones y pregunta con voz profunda a la joven:

—Aurora, ¿dónde compraste esta rosca? Te han estafado. No trae niño Dios sino un horroroso esperpento.

La joven se ríe.

—Abuelo, es un extraterrestre, personaje de mi serie favorita. La compré porque me gusta mucho el tuchito. Regálamelo si no lo quieres.

El anciano valora las palabras de su descendiente y piensa qué debería decirle. Recuerda a su abuela, vestida siempre de negro, a quien acompañaba a la Iglesia y de quien mamó su acérrimo amor por la divinidad. Piensa en su madre, en su sonrisa amargada por la congoja, y en los rosarios que hacían juntos para paliar los terribles dolores causados por el cáncer que le carcomía los huesos. En su mente se comienza a configurar una dura diatriba contra ese insulto a las tradiciones religiosas de la familia.

Pero entonces —sin saber cómo— una pequeña luz se abre paso entre sus recuerdos. Se ve a sí mismo como niño. Está sentado en su duro pupitre de madera y la maestra está hablando. Es aquella viuda con dos hijos a quienes todos decían señorita Carmita, sin cuestionar siquiera su estado civil. Una maestra amorosa y buena que les enseñó el gusto por la lectura, que los llevaba al zoológico y les contaba historias maravillosas que sacaba de los diferentes libros de la Biblia. ¿Por qué se está acordando de ella cuando quiere ponerle una reprimenda de padre y muy señor mío a su atolondrada nieta?

La mente se le clarifica y parece estar escuchando aquella dulce voz que explica las intrincadas lecturas bíblicas:

—“También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor[Juan 10, 16]

La señorita Carmita aseguraba que Jesús se refería a la existencia de seres humanos en otros planetas a los que tenía también que redimir. Por algo aquel hijo suyo quería ser astronauta, y le escribió a la NASA para solicitar su ingreso. Pero no, terminó siendo sacerdote, y hace apenas tres años había sido nombrado Obispo de lejanas tierras.

Don Sebastián examina al muñeco de plástico y se da cuenta de que más que representar algo malo, esa creatura puede ser un signo de los tiempos que vendrán más tarde que temprano y que muy probablemente su nieta viviría.

—Está muy simpático el bichito y si no te importa lo quiero conservar.

Una sonora carcajada brota de la garganta de Aurora en tanto corre a darle un abrazo.

—Mi abuela pensó que te molestarías, que pontificarías que es un sacrilegio o cosas por el estilo, pero yo sé que eres un hombre inteligente y sabes ver más allá de las cosas.

Don Sebastián sonríe y palmea suavemente la cabeza de su amada nieta.

—Qué cosas dices muchacha, estoy viejo, pero todavía la sangre corre por mi cerebro.

Y en tanto toma un sorbo a su café —hirviendo como le gusta—, eleva una oración por su querida maestra que le enseñó a entender que Dios se hizo niño por todos, hasta por los siniestros extraterrestres…

 

 

 

Tuchito: De tucho, mono del género ateles, común en la región. Del maya xtuch. Por extensión vale también caricato y asimismo coco, fantasma, monstruo o espantajo, mayormente usado para meter miedo a los niños: "Pórtate bien porque si no viene el tucho".

jueves, 3 de diciembre de 2020

ESCAPE

 

MENJURJE DIVINO

Para el Angel que avivó la tinta

Por Eduardo RH

El insistente sonido de la alarma rompe los sueños. Es hora de levantarse, ir al baño a sacar todo aquello que sobra y lavarse la cara para borrar todo vestigio de dicha. Encaminase a la cocina para tragar algo y tener con qué sobrellevar la aridez de la jornada. Vestirse, cubrirse bien la cara y salir a jugarse la vida en el transporte urbano. Llegar al trabajo, saludar a los acompañantes de calvario, encender y poner en funcionamiento todo para que esté listo a las nueve en punto. El dueño llega 10 minutos antes a supervisar que estén en sus puestos y la mercancía disponible para la venta.

La hora llega y el ritual se cumple. Las puertas se abren y los empleados quedan a la expectativa temiendo que el mensajero de la muerte llegue disfrazado de cliente. Él es el encargado de recibirlos. Todos confían en su buen juicio para tomar la temperatura y descubrir los imperceptibles signos externos: alguna tos, un nerviosismo en los ojos, un ligero temblor. Es una responsabilidad muy grande. Ellos tienen familia que cuidar y nadie quiere llevarse la semilla de la desgracia al hogar.

Las horas pasan con aterradora lentitud. El tiempo no tiene prisa en irse, aunque los corazones cabalguen desbocados dentro de los angustiados pechos. Después de 10 tortuosas horas, un mal almuerzo y el intercambio de tres palabras con sus compañeros, al fin puede volver a casa. Otra vez debe embozarse, esterilizarse y cuidarse. Los autobuses urbanos son nidos infestados de chinches virales. No hay de otra, el riesgo está implícito en el regreso.

Es cosa de llegar, entrar por detrás, desnudarse y remojar toda su ropa en las cubetas preparadas para ello. Darse un baño cepillándose cada poro de la piel y cada hebra del cabello. Terminar agotado, devorado por el cansancio, y arrastrarse a la cocina a ver qué encuentra: dos panes duros y una salchicha congelada. Irse a la cama. No querer ver ninguna noticia en la televisión, ¿para qué?, todo es lo mismo: accidentes, guerras, huracanes, inundaciones, odios, protestas, tormentas, terremotos, violencia… y esa caterva de políticos empeñados en destruir el mundo y el pobre país donde vive.

Con manos temblorosas acercarse al preciado librero. Ahí reposan sus amigos, sus grandes compañeros que nunca le han fallado. ¿Qué leer hoy?: ¿la ficción infinita de Borges?, ¿la neurosis social e histórica de Vargas Llosa?, ¿el universo bíblico de Bashevis Singer?, ¿las historias polifónicas de Aleksiévich?, ¿la guerra entuértica de Grossman?, ¿o mejor las fantasías científicas de Asimov, Bradbury, Clark o Dick? Queda pensativo. Decide mejor intentar con los sueños de las bellas durmientes de Kawabata. Algo exótico, cercano a lo sublime.

Se acuesta y toma el libro como si fuera la mano de su amada. Lo abre y comienza a recorrer las palabras lentamente, una a una, sorbiendo su esencia hasta perderse en las honduras de un universo inexistente que solamente él puede recrear en su mente. Ya nada importa: ni el sucio y maldito trabajo, ni el desagradable sin sentido de la vida, ni la pastosa y ominosa muerte. Solo existe su ignoto mundo y él.

jueves, 9 de julio de 2020

PERSPECTIVA COVID


LIBERTAD
Eduardo RH

La paciencia se me agota. Años jugando con la idea de abandonar todo, escapar, y hasta este momento no me decido. No puedo negarlo: soy rehén del miedo, mi gran captor. Dejar todo lo conocido para irme detrás de una quimera es algo que no termina de convencerme, pero ahora no tengo alternativas. Las condiciones de mi encierro son insoportables. Aquella otrora amplia y confortable celda se ha convertido en una asfixiante oquedad. ¿Dónde quedó el ambiente tranquilo, la paz y el silencio que lo llenaban todo? El asfixiante calor y la estrechez de espacio me oprimen. No hay opciones, debo irme, escapar, huir hacia la libertad, aunque ello signifique abandonar todo lo conocido y perderme en la incertidumbre…

—Enfermera, desconecte al paciente. Tiene muerte cerebral y tenemos a tres muy graves esperando un respirador. El Covid 19 está ganando la partida.

domingo, 31 de mayo de 2020

INICIO



Por Ernesto de la Fuente

Estoy en cuarentena. Mi edad y el disfrute de una enfermedad previa me hacen candidato a ser parte del banquete de los gusanos si el virus me infecta. Lo sé y vivo cuidándome de todo y de todos.

Los días pasan y la angustia no cesa, crece y se agiganta. Estoy condenado a muerte, pero no sé cuándo vendrá el verdugo. Me imagino la tos carcomiéndome el pecho, la fiebre sofocante, el dolor mordiéndome el cuerpo, y la impotencia ante la asfixia. El aire entra a mis pulmones, pero el oxígeno no es recuperado.

Escucho la llamada a los servicios de emergencia, la sirena de la ambulancia, la cruel despedida, el hospital inmenso, lleno de contagiados, los médicos y enfermeras cubiertos como astronautas, ¿doctornautas?, la sala compartida con varios enfermos que luchan por atrapar un oxígeno que no les entra. Ruidos, sofocos, gritos y, lo peor, una inmensa soledad. Me he convertido en un apestado, un peligro para los sanos.

Cada momento la sensación es peor. Los médicos me rodean, su consenso es total: deben intubarme. Me niego, prefiero morir antes. No me preguntan. Me sedan y despierto bocabajo con un largo tubo introducido profundamente dentro de la tráquea. Lloro de impotencia en estado de narcotizada vigilia, pero la muerte no escucha mis ruegos.

Despierto sudando, buscando la pesadilla. Tengo la garganta seca por dormir con la boca abierta. Pasan trece meses y no me contagio. Me hago un estudio clínico, pagado de mi bolsillo, el cual revela que ya padecí la enfermedad, pero no experimenté mayores síntomas. A los tres días muero. Mi viuda insiste que en el acta de defunción diga como causa de muerte: Covid 19. El forense se opone pero ella replica:

De eso quería morir.

lunes, 6 de abril de 2020

CORONAVIRON


CUENTOS SOBRE EL CORONAVIRUS

Un escritor en cuarentena ¿qué puede hacer? Escribir sobre aquello que lo tiene encerrado. Es por ello que próximamente comenzaré a escribir cuentos sobre la tragedia biológica que amenaza la vida de quienes habitamos el planeta Tierra.

Ténganme un poco de paciencia, que muy pronto comenzaré.