DOÑA MIREYA
Por Ernesto de la Fuente
Cuando una persona se va de la vida deja
un vacío que es muy difícil de llenar. No obstante, aunque la muerte se lleva
la presencia física de una persona, no puede destruir los recuerdos, los afectos
que se desarrollan en los corazones de quienes la trataron.
Los obituarios describen en breves
pinceladas la obra de quienes parten de esta vida, pero ¿quién relata las
emociones esparcidas que nos quedan y que son las que duelen más ante la
ausencia? Es por eso que, ante la desaparición física de nuestra querida amiga
y maestra de bibliotecarios Doña Mireya
Priego López de Arjona, hemos recopilado el sentimiento de quienes tuvimos
la dicha de convivir con ella en la Biblioteca Central Universitaria. Sea este
un sentido homenaje de agradecimiento, y de solidaridad y afecto
para con su familia:
— Mi corazón está detenido para no darme
el lujo de sentir. Es pérdida para mí y descanso merecido para ella. Rosario Poot Sosa.
— Mujer valiosa e inteligente, capaz de
reír, tener fe, esperanza, y en todo momento dar amor incondicional. Mujer sin
igual que vivirá por siempre en los corazones de todos los que la amamos. Leydi Vázquez Borges.
— Mujer responsable y seria, de sonrisa y
trato agradable. Puntual y cumplida en su trabajo, el cual desempeñó con el
gusto de quien disfruta lo que hace. Maestra de bibliotecarios, quienes
aprendimos a quererla y apreciarla. Juan
Granados Navarrete.
— Persona excepcional, con grandes
cualidades: elegante, inteligente, tenaz, generosa con sus bienes, dones y
conocimientos. Amaba la biblioteconomía y disfrutaba la buena lectura. Mujer que
se adelantó a su tiempo y destacó en un campo dominado por los hombres. Vivió
una vida plena con mucho dolor y mucho gozo. Dios la templó en el crisol de la
adversidad para forjar a ese ser maravilloso, sabio, humilde y deseoso de nuevo
conocimientos que fue Doña Mire. Genny
González Rivero.
— Como los buenos libros, siempre estaba
dispuesta a aclarar una duda, a darte una explicación más profunda, otras
referencias para que investigues más. Nos enseñó el orden en el trabajo, la
constancia y la paciencia en todo lo que realizamos, a trabajar con los
elementos con que contamos y a no esperar más. Nos enseñó a amar nuestro
trabajo. Alguien digna de admiración, mujer valiente, dedicada a su familia y a
las bibliotecas. Siempre la recordaré con cariño y admiración. Silvia López Cortés.
— Siempre la recordaré ahí sentada, con su
sonrisa, paciencia y cariño que irradiaba. Nunca la vi enojada y sabios
consejos daba, ya sea para una receta de cocina, asunto de amor o cosas de la
vida o el trabajo. Fue un honor poder compartir tiempo con ella. Gabriela Ruz Hernández.
— Recuerdo su puntualidad, el disfrute de
su trabajo con una sonrisa, el convertir la oficina en un hogar en el que nos
encantaba vivir, su amor por las artes, las letras y la música. Nos enseñó a
amar el conocimiento y a ponerlo en práctica, a no perder el tiempo y a
aprovechar los breves lapsos para cultivarnos como personas. Tenía el don de la
organización y de optimizar su tiempo: entre el quehacer de la casa, espacio
para la lectura, y la oficina… se daba tiempo para alegrarnos con algún
delicioso postre que ella misma preparaba.
Las Catedrales se construyen levantándolas piedra a piedra; los
portentos mayores son los que se hacen con los actos pequeños de una vida diaria
y ejemplar como la de Doña Mireyita. Rafael
Pérez Herrera.
— Una de las virtudes más sencillas y
útiles que me enseñó, fue que no es bueno quedarse con la duda. Ella siempre
tenía la sana costumbre de ir matando la ignorancia que se le presentaba a lo
largo de su jornada de trabajo. Como si se tratara de pequeñas arañas que
tejieran sus telarañas en los rincones del conocimiento, doña Mireya acababa
con las dudas esgrimiendo el diccionario. Jamás, justo es decirlo, se quedó sin
investigar el significado de alguna palabra que le fuera desconocida. Gracias por
el ejemplo cotidiano, por ese gran amor que siempre tuvo a la lectura y a los
libros..