Ojo enamorado

Ojo enamorado
En tu mirada

martes, 2 de junio de 2009

REGALO DE BODAS

Mi mama me regaló un riktux un día antes de mi boda. A decir verdad, quedé muy sorprendida. Nunca pensé que mi madre me daría un regalo de ese tipo, no conociendo lo recatada que era y su forma de ser tan propia y reservada.
No voy a echarles el cuento que yo era muy ingenua y no sabía lo que era un riktux. ¡Claro que lo sabía! Que chica de 24 años no sabía lo que era un riktux. Bueno, debo reconocer que nunca había tenido uno en la mano. Sólo lo había visto en fotos en una atrevida revista sexo-erótica del medio oriente, que Gaby Simón, mi mejor amiga de la secundaria, había llevado a la escuela después que regresó de su viaje al Líbano, país de sus ancestros.
Ella medio tradujo lo que decía la revista, pero debo confesar que más bien eran elogios y alabanzas de mercadotecnia y no descripciones exactas de cómo operarlo o para que servía exactamente. Decía cosas como “se sentirá usted en el paraíso de Alá”, o “la fuente del placer brotará de su vientre”, pero no explicaba nada más. Como les dije, puro rollo para vender.
Mi madre me miró con serena seriedad y esbozo una sonrisa muy pícara, que nunca le había visto antes. No dijo más. Me abrazó y me dejó a solas con mi riktux. Aunque tenía mil cosas que hacer, mandé todo al carajo y me fui a encerrar a mi cuarto. Quería contemplarlo de cerca, examinar, el riktux.
Cerré la puerta con doble llave y abrí la caja cuidadosamente envuelta en papel rosado. Ahí estaba el riktux. Lo saqué y acaricié delicadamente. Parecía una mantarraya. Su cuerpo era suave y muy grato al tacto. Era negro con la colita rosada. Traté de buscar un instructivo, pero sólo hallé una hojita escrita en jeroglíficos árabes. No tenía ranuras ni espacios para baterías, ni alguna otra fuente de poder. No obstante, era firme e inspiraba ternura.
Dos leves toquidos sonaron en la puerta. Escondí el riktux y abrí muy despacio. Era mi madre. Me dijo en un susurro: “Por favor, nunca le vayas a decir a tu esposo que tienes un riktux”. Traté de captar el significado de sus palabras. Ella agregó como explicación: “Nunca entendería”. Mi madre se alejó y yo cerré la puerta pensativa.

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La boda fue un evento de gran alegría familiar. La fiesta estuvo llena de música, baile, risas y gratos recuerdos. Su esposo estaba radiante. Ella se veía más hermosa que nunca. Las fotografías atestiguan aquellos bellos momentos.
El tiempo pasó. La vida de casados, con sus sencillas rutinas, fue llenando los días. Un buen día, su esposo le informó que le ofrecían un excelente puesto en otra ciudad, situada a 440 kilómetros, casi cinco horas y media, de donde vivían. Lo hablaron entre los dos y decidieron que era una excelente oportunidad para él. Ella lo apoyó. Él le prometió que trataría de venir cada fin de semana, pero no pudo cumplir, el trabajo era absorbente y sus visitas se fueron espaciando.
Ella no le decía nada. Es más, se le veía contenta y alegre cada vez que él llegaba. Todo parecía marchar sobre ruedas, hasta que un día, su mejor amigo, le metió una terrible idea en la cabeza. De seguro ella tenía un amante, por eso estaba tan a gusto con la distancia entre ambos.
La pequeña semilla de la duda cayó en su corazón y, poco a poco, fue haciendo raíz profunda hasta que lo abarcó todo. Fue así que él solicitó, sin decirle, tres días de vacaciones entre semana y llegó, una noche, sin avisar.
Entró sigilosamente a la casa y subió las escaleras como ladrón. Todas las luces estaban apagadas, con excepción de la luz del baño que iluminaba mortecinamente el pasillo que llevaba a la recámara. Abrió silenciosamente la puerta del cuarto y escuchó un leve gemido. Su esposa estaba en la cama y se contorneaba de placer. Él sintió que la sangre se le subía a la cabeza. Su corazón comenzó a latir como caballo desbocado. Fue entonces que encendió la luz del cuarto y se lanzó furioso hacia la cama.
Todo pasó muy rápido. Sólo alcanzó a ver que algo se escurrió entre las sábanas y desapareció debajo de la cama. Su esposa estaba sola y lo miró como si fuera un loco furioso salido del manicomio. Él se tiró al suelo para mirar debajo de la cama, pero no alcanzó a distinguir nada.
Su esposa se levantó frenética de la cama. El “¡Cómo te atreves!” se escuchó una y otra vez. Le llevó un buen tiempo calmarse y calmarla. No entendía muy bien lo que había sucedido, pero su esposa le dejó muy en claro que ella no era una “puta” y que él no tenía ningún derecho a espiarla ni invadir tan abruptamente su intimidad. “Yo jamás te he hecho nada semejante”, le clavó en los oídos, y él tuvo que reconocer que había actuado mal.
El incidente por poco induce al divorcio de la joven pareja, pero, en honor a la verdad, hay que decir que él hizo todo por evitarlo. Adoraba a su mujer y se sentía muy mal de haber dudado de ella. Le costó mucho trabajo que ella lo perdonara, pero al fin lo logró y volvió a reinar la paz en el hogar.

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Cuando lo saqué de la casa, fui a buscar a mi pobre riktux. Estaba asustado y temblando en un rincón. Lo tranquilicé con dulces arrumacos. Pobrecito, cómo lo había asustado el cabrón de mi esposo. Lo fui acariciando y regresamos a la cama. Me llevó un buen rato calmarlo.
Luego empezó a hacer ese ruidito tan grato que indicaba que estaba satisfecho y feliz. Le hice cosquillas y el riktux se me pegó en la entrepierna y comenzó sus jugueteos conmigo.
¡Ah riktux adorado! ¿Qué haría yo sin ti?

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