Ojo enamorado

Ojo enamorado
En tu mirada

martes, 2 de junio de 2009

RECUERDOS REGALADOS

Mi mama me regaló un riktux. Lo recibí con fingida alegría, de algo sirvieron las enseñanzas de mi abuela, una dama en los modales. ¿Para que demonios quiero un riktux? -me dije para mis adentros en tanto lo examinaba cuidadosamente. Era redondo, no mayor que la palma de mi mano, y tenía un extraño tono ocre que lo hacía parecer una naranja a medio podrir. Para colmo, no tenía un uso específico, era algo más de “estatus”, que de utilidad práctica. No podía bolearme con él, no podía lanzarlo al cielo como flecha, ni podía ponerlo a pelear contra mis robots malignos, ni mucho menos podía utilizarlo para subirme a un árbol o molestar al gato. Era simplemente un objeto inútil pero precioso ante los ojos de mi santa madre.
Un sentimiento de impotencia me embarcó al ser su dueño, por lo que secretamente decidí deshacerme de él sin que mi madre lo notara.
Primero, lo dejé como por descuido en la banca del parque, y no faltó un gracioso que me lo llevara de regreso a casa muy preocupado porque supuso estaría asustado por la pérdida de mi riktux. La segunda vez, lo di envuelto en el sobre de “Ayuda para las misiones”, en la colecta de la iglesia. El señor Cura, buen amigo de mi madre, me lo regresó con la severa amonestación de que no debía perderlo. Le expliqué a mi madre que había sido una broma de mi hermanito sin que yo me diera cuenta. Aunque eso me costó un buen sobornó para que el bocón no me delatara. La tercera vez, pensé que era la definitiva, lo escondí entre los libros de la Biblioteca Central, en la sección de “Lengua y literatura”, que nadie consultaba, pero ni tardo ni perezoso un severo bibliotecario me lo llevó hasta la escuela, donde fui la burla y el escarnio de maestros y alumnos que me dijeron hasta el cansancio: ¿cómo me atreví a dejar olvidado mi riktux?
Finalmente, cansado, agotado, fastidiado y harto, encendí una hoguera en el fondo del patio, juntando hojas secas y periódicos viejos, y tiré sin mayores contemplaciones al riktux al fuego. Ardió una fracción de segundos y luego todo el fuego se apagó. Una torrencial lluvia cayó de improviso. No tuve más remedio que recoger al riktux chamuscado y llevarlo de vuelta a mi cuarto.
¡Oh! Cómo detestaba al riktux, pero tenía que reconocer que no era fácil deshacerse de él. Había algo de mágico o de maligno en él. Así que opté por meterlo a un frasco y esconderlo en el fondo de mi pequeño baúl.
Años después, cuando mi madre murió, tuve que regresar de Francia, donde estudiaba mi doctorado, para el entierro. Mi anciano padre me hizo entrega del viejo baúl. "Llévatelo –me dijo con solemnidad-voy a vender la casa"
Fue así que encontré nuevamente al riktux y me reconcilié con él. Ajado, viejo, arrugado, chamuscado y amarillento, el riktux llegaba nuevamente a mi vida con un enorme cúmulo de recuerdos.
Lo acaricié recordando mi desprecio infantil y lo metí en el bolsillo oculto de mi saco, de donde nunca lo he querido sacar.
Cuando estoy triste, lo saco y lo acaricio y digo dentro de mí: ¡Gracias mamá por regalarme el riktux!

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