Ojo enamorado

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En tu mirada

miércoles, 24 de septiembre de 2014

SAN PIO DE PIETRELCINA


HACIENDO UNA NOVENA 
Por Ernesto de la Fuente

Nunca pensé que la primera novena de mi vida la haría pasado el medio siglo de vida. ¿Por qué nunca hice novenas antes? Es una pregunta un poco complicada de responder, ya que soy católico y las muestras de religiosidad no me son ajenas. No obstante, la respuesta tal vez sea muy simple: nunca vi que mi madre hiciera una, aunque sé que las hacía, pero muy en privado.
Ante eso, se me quedó en la cabeza la idea de que la novena sólo era una muestra de religiosidad popular que se hacía entre vecinos, amigos y/o familiares. Se comienza nueve días antes de la fiesta del santo que se va a celebrar, y se hacen una serie de rezos concatenados acompañados de un rosario diario. Se canta, algunos usan voladores, y al final se da comida (sándwiches, tortas, espagueti, tamales, ensalada rusa, sopa fría, sandwichón, etc.) acompañados de refrescos (horchata en muchos casos). Las personas que participan se van turnando para dar los alimentos y organizar los rezos, denominándolos “nocheros”.
La última noche se da la mejor comida y algunos hasta llevan mariachis o tríos para cantarle al santo al que se hace la novena. Aquí en mi tierra, Yucatán, son muy numerosas las novenas a la Virgen de Guadalupe, el Divino Niño (Jesús niño), San Judas Tadeo o el Niño de Atocha, entre otros.
No tengo memoria de haber participado en una novena popular. He visto, al pasar, muchas de ellas, pero no recuerdo haber asistido a una. Si lo he hecho en las Posadas decembrinas, que son muy parecidas. Así que me hallaba en la ignorancia práctica de lo que significa realizar una novena.
Hace algún tiempo leí que un hombre que no encontraba su camino, por “curiosidad” decidió participar en una novena que organizaba su hermana, pese a que él no era creyente. El resultado fue la conversión de su vida. Con esta noticia en mente, se me ocurrió comentarle a un buen amigo que es irreligioso, Miquel, el que me permitiera hacer una novena por él. El interés era doble: realizar por primera vez una novena, y hacerla por alguien a quien aprecio (ya que realmente lo considero un amigo) pero que considera de mayor valor la razón y la lógica, que las creencias religiosas.
Obviamente, al menos para mí, le pregunté si me permitía hacer una novena por él. Amablemente aceptó, agradeciéndome que le preguntara, pero me puso por condición que escribiera un “reporte” de mi experiencia de rezar una novena. He aquí el por qué estoy escribiendo esto.
Antes debo aclarar que la idea me vino también porque se acercaba la fiesta de San Pio de Pietrelcina, santo al que le tengo una “especial” devoción. Ahora les explico el por qué. Corría el año de 1962 y el Padre Pío aún vivía en San Giovanni Rotondo, Italia. Era conocida su fama de santo y se sabía que llevaba los estigmas de Jesús en sus manos, pies y costado izquierdo. Mucha gente lo visitaba en el convento, deseosa de verlo y, sobre todo, de confesarse con él, ya que tenía la sensibilidad de leer los corazones de las personas, por lo que los orientaba y encaminaba a Dios.
En octubre de ese año, mi hermano mayor estaba muriendo de cáncer. Mi padre, desesperado, aconsejado por un sacerdote amigo, escribió al santo (como cientos de personas hacían) para suplicarle la curación milagrosa de mi hermano por quien la ciencia médica ya no podía hacer nada. La carta fue enviada casi a fines de octubre y mi hermano falleció en el idus de noviembre.
Yo tenía en ese entonces nueve meses de nacido y crecí oyendo historias de mi hermano muerto y de aquella carta que se envió y que aparentemente no tuvo respuesta. Cuando falleció mi padre, varios años después de mi madre, me tocó la ingrata tarea de revisar su archivo personal para ver qué cosas de valor existían y para poder destruir lo demás. Trabajé varios meses y un buen día, encontré la famosa carta.
¿Verdaderamente el Padre Pío la leyó? Por la temporalidad del envió de la carta, puede ser que no. No obstante, mi madre me contó la contraparte de la historia al decirme que ella, en sus oraciones, le pidió a Dios que se hiciera Su Voluntad, aunque eso significara la vida de su hijo. La diferencia estuvo en que mi padre quería a su hijo con vida, no que se hiciera la voluntad de Dios.
Al ir creciendo fui descubriendo la vida del Padre Pío y leí varios libros al respecto. Con todo, ha existido siempre en mí una dualidad: por una parte estoy de acuerdo con mi madre en que se debe aceptar la voluntad de Dios (si no fuera así, no deberíamos rezar el Padre Nuestro) y por otra parte me he preguntado una y otra vez el por qué el padre Pío no se apiadó de mi familia y conservó la vida de mi hermano (cuya curación hubiera sido un milagro portentoso dado lo avanzado de su enfermedad).
Fue así que este 15 de septiembre comencé la novena al Padre Pío. Decidí incluir un Rosario, aunque la novena no indicaba expresamente que se rezara, pero lo hice recordando que el Padre Pío decía que el Rosario era la mejor arma contra el maligno. Mi índice de religiosidad llega a un rosario a la semana, así que rezarlo diario fue algo nuevo para mí. Eso sin contar que decidí incluir las letanías en recuerdo de mi madre, que se las sabía de memoria (tanto mi madre como mi abuela eran devotas del rezo del Rosario).
También me sentí raro rezando una novena por alguien que, si bien aceptó que se rezara por él, no tiene ni la más mínima fe en la acción divina. Bueno, debo reconocer nunca había rezado nueve rosarios por nadie, ni siquiera por un difunto. Aunque debo aclarar que la novena también la hice por mis intenciones. ¿Qué pedí? Cuando llegaba a la parte en donde decía “te pido la gracia...” agregaba: “que desees concedernos a Miquel y a mí”. No quería “profecías autocumplidas”, como dice mi amigo, así que lo dejé abierto a los designios divinos.
El quinto día se me complicó porque me invitaron a una reunión de cumpleaños y se me acortó el día, pero robándole tiempo al descanso, lo hice por la noche. El sexto día tuve la gracia de que una de mis hijas hiciera las letanías conmigo. El séptimo día se me movió el corazón al hacer la oración del día en que se pedía “Ruega a Dios para que los hombres, que no creen, tengan una gran y verdadera fe y se conviertan; arrepintiéndose en lo profundo de su corazón; y que las personas con poca fe mejoren su vida cristiana…”. Sentí que le estaba pidiendo al santo lo que en verdad necesitaba.
El noveno día, para terminar la novena, mi otra hija me ayudó a rezar el Rosario camino a su escuela. Ese día, 23 de septiembre, fui a misa por la noche para celebrar la fiesta de San Pio de Pietrelcina. Fue la misa que celebró mi sobrino sacerdote, lo cual hizo que fuera un doble gusto aunque sólo pudimos saludarnos antes de empezar la misa, ya que al terminar ambos corrimos para ver otras obligaciones.
Para terminar y seguir la tradición popular, compré una caja con 60 paquetitos de galletas de chocolate, y al día siguiente lo repartí entre mis compañeros de trabajo, público usuario y cualquier hijo de vecino con que me encontré, con el consiguiente cuestionamiento de que si estaba celebrando mi cumpleaños o mi jubilación.
¿Qué obtuve de la novena? Pues la dicha de rezar. Eso fue lo que más disfruté y me llenó el corazón. También el compartirlo con mis hijas y obsequiar desinteresadamente algo a las personas. ¿Se me apareció el santo en sueños? No ¿sentí el dulce olor a rosas que caracterizan sus intervenciones? Tampoco. De hecho la última noche me deprimí por tonterías. ¿Entonces? Es una pregunta que queda al aire y que también debería contestar el amigo por quien ofrecí la novena.

Sólo me queda agregar: ¡¡¡San Pio de Pietrelcina, ruega por nosotros!!!

NOTA DEL 7 DE OCTUBRE: Cuatro días después de terminar la Novena, mi vida dio un giró enorme cuando algo totalmente inesperado sucedió. No le encuentro mayor explicación que como resultado de la Novena. Algo que pensé era muy difícil de suceder, pasó. Agradezco mucho a San Pío este "milagro" por su intercesión. Sé que lo que me sucedió será para bien mío y de las personas que amo.  

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