Ernesto de la Fuente
Miró por la ventana y se asombró de no encontrar el sol. En su lugar, una enorme y bella luna llenaba el firmamento. Era tan grande su resplandor, que opacaba el de todas las estrellas juntas.
Suspiró y la miró embelesado. Tanta belleza lo cautivó.
Toda la noche contempló su embrujante belleza.
Cuando la luna se perdió en el horizonte, el sol se negó a salir para aquel hombre.
Los doctores dijeron que tiene un extraño padecimiento: es ciego ante la luz del sol pero ve mejor que nadie cuando la luna reina en el firmamento.
Bendita ceguera, bendita luna...
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