Ojo enamorado

Ojo enamorado
En tu mirada

jueves, 16 de septiembre de 2010

Cuentos cortos de Ernesto de la Fuente

El acompañante

Mi madre me dijo que lo dejara.
- Nada bueno te va a traer – me aseveró con su voz calmada en tanto yo la miraba de reojo y trataba de sonreír.
Le hice caso por un tiempo, pero no pude evitar regresar a él. Me gustaba, ¿por qué negarlo?, me atraía enormemente y llenaba plenamente mi soledad. No obstante, evitaba que me vieran con él y cuidaba mucho los pequeños detalles. Sabía muy bien que lo nuestro era un amor prohibido.
Pasaron los años y mi madre me volvió a decir una tarde:
- Hija, tienes que dejarlo. Nada bueno te va a traer esa relación- y esta vez añadió con un dejo de profundo reproche- Ahora tienes hijos, tienes un buen esposo que te quiere. No lo tires por la borda, no vale la pena.
Nuevamente sonreí y le dije que ya la había dejado, que nunca me volvería a ver con él. Pero mentía, lo sabía mi madre y lo sabía yo. No podía alejarme de él, lo necesitaba y, aunque parezca tonto, mi madre lo entendía y me comprendía.. De hecho, muchas veces se llevaba a los niños a pasear para que no nos vieran juntos. Tácitamente aceptaba nuestra relación, aunque jamás la aprobó.
- Nada bueno te va a dejar- me repetía siempre que podía, y yo me limitaba a sonreír.
Cuando mi esposo se enteró, se armó una fuerte discusión en casa. Nunca lo había visto tan enojado. Me amenazó con llevarse a los niños y tuve que jurarle por lo más sagrado que ya no seguiría con él.
Pero lo hice, en privado, lejos de ellos, sin que nadie lo notara. Seguí manteniendo nuestra relación secreta. Pero las palabras de mi madre fueron proféticas. Un día me encontré sentada enfrente del médico, quien contemplaba los últimos análisis que me habían hecho. Su rostro se veía más preocupado que de costumbre, y la pregunta que me hizo me paralizó el corazón:
- Señora, ¿desde cuando? –no necesitó darme mayores explicaciones y por primera vez fui honesta con alguien.
- Desde que era adolescente… - mi silencio lo explicaba todo.
El doctor me miró y me dijo con toda honestidad, como siempre le había pedido que me hablara:
- Ya nada se puede hacer.
Lo siguiente que hice fue ir a ver a mi madre y decírselo. La admisión de mi culpa no me hizo sentirme mejor, así que agregué.
-Tenías razón madre, nada bueno me iba a dejar esa relación –y ,delante de ella, tiré a la basura a mi acompañante secreto por 30 años, en tanto la tos cubría mi voz y el cáncer de pulmón galopaba libremente hacia todo mi cuerpo.

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