Amor, piérdeme
Por Ernesto de la Fuente
Todos los días era la misma historia. Cuando bajaba a la cocina se realizaba el ritual mañanero de caricia y apapacho. Luz, ruido, bajar la escalera, murmullos, abrir la puerta, asalto a la cocina y su insistencia, una y otra vez, para que le hiciera caso, para que la llene de caricias y mimos.
No importaba que el hambre triturara mi estómago, no importaba que tuviera que llegar al trabajo en 10 minutos, no importaba que tuviera un ojo semi abierto y otro semi cerrado, no importaba nada, siempre debería primero realizar el amoroso ritual de caricias.
Por años legué a detestar esta aduana amorosa que me obstaculizaba el paso y me hacía las mañanas escabrosas. Pero hoy, en que nadie me hace caso, en que nadie me busca ni me espera con santa desesperación, ¡Hoy! , siento su profunda ausencia y su trágica partida.
¡Ah condenada Perla!
¡Cómo te extraño!
Nunca tendré una gata como tú.
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